Mi artículo del 1/7/08 sobre el 150 aniversario de la teoría darwiniana de la evolución por selección natural despertó un debate en estas páginas que se ha prolongado por dos meses y medio. Algunas personas podrían estar preguntándose si esta polémica es importante y necesaria o no. Quiero explicar por qué sí lo es.
Hace unos días, un amigo me decía: “Teniendo el país los graves problemas que tiene, ¿te parece bien que haya gente dedicando tiempo a debatir sobre la evolución?”. Pues yo diría que eso depende que cuáles crea uno que son los grandes problemas nacionales. ¿Serán los asuntos del dinero de Taiwán, las consultorías del BCIE o lo que hizo un exmagistrado suplente de la Sala Constitucional? Permítanme asegurar confiadamente que esos son temas de los cuales, dentro de 2 ó 3 años (si no antes), nadie se va a acordar.
¿Se tratará, más bien, de la crisis petrolera, derivada de nuestra excesiva dependencia de fuentes energéticas no renovables; o el cambio climático; o la crisis alimentaria; o las amenazas a la salud pública por toda clase de enfermedades? ¡Claro que sí! Esos son serios dilemas que confrontan nuestro país y el resto del mundo. Sin embargo, esos y otros problemas similares pueden y deben ser enfrentados inteligentemente, mediante soluciones que dependerán en gran medida de los avances científicos y tecnológicos; y estos, en última instancia, son fruto de la educación.
Dominio de conceptos. Por eso es importante debatir. Algunas de las posiciones expuestas ponen de relieve sensibles deficiencias en el dominio de principios científicos básicos en sectores de la población. Dominar al menos los rudimentos de la evolución (o de la relatividad, o del arte, o de la filosofía, etc.) no es de la provincia exclusiva de los especialistas, sino que forma parte de una cultura general básica que se aprende en la secundaria.
Esto lo digo a propósito de quienes en algún momento pretenden descalificar del debate a quienes no somos científicos de profesión. A ellos respondo: comprender los fundamentos de la evolución es propio de cualquier persona medianamente educada.
La solución de los grandes problemas nacionales y mundiales exige, primero, que haya personas que tengan la formación y el talento para investigar y proponer soluciones. Segundo, que haya líderes que tengan la capacidad de entender esas soluciones y dotarlas de voluntad política. Tercero, que exista una ciudadanía educada que tenga la capacidad de seguir inteligentemente el debate y dar su respaldo a las soluciones elegidas.
El surgimiento y aceptación de doctrinas pseudocientíficas como el “diseño inteligente” revela fallas en la educación científica básica. Denunciarlas enérgicamente es indispensable para evitar que la ciudadanía se vea sorprendida en su buena fe por personas que persiguen avanzar una agenda que, en realidad, no tiene nada que ver con la honesta búsqueda de la verdad acerca de cómo funciona el mundo natural.
Educación científica. No quiero decir, ni por asomo, que otros problemas que están sobre el tapete sean triviales o que debamos desatenderlos; ni que no debamos formar criterio acerca de algunas de las cuestiones más o menos transitorias que tapizan las primeras planas de los diarios. Lo que digo es que no debemos caer en el equívoco de creer que esos son, necesariamente, los únicos o los principales dilemas que enfrentamos (es tan común que lo urgente se confunda con lo importante); o dejar de darnos cuenta de que, detrás de una disputa como la que se ha venido dando en este diario, se revela la necesidad de reforzar los programas educativos, así como de brindar al crecimiento científico y técnico la relevancia que merece.
Prestar atención a la educación en general y a la educación científica en particular, tanto de niños y jóvenes como de la colectividad, es crítico para el futuro del país y de la humanidad. Por eso, el debate en torno a la evolución debe considerarse provechoso, oportuno y bienvenido.
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