Son curiosos los detalles que quedan grabados. Era jueves, yo estaba con gripe y por eso no había podido ir a clases a la universidad (me tocaba Derecho comercial ese día, con el profesor Gastón Certad). Mi entonces novia y hoy esposa, Ana Lorena, me acompañaba en el momento de recibir la noticia, cerca del mediodía, mientras veíamos la película "Reds" en la televisión.Tal y como escribí en otra ocasión:
"... años después, recuerdo vívidamente esa mezcla de sentimientos: negación, clausura e impotencia. Negación, porque al principio lo invade a uno la tenue esperanza de que lo que le acaban de anunciar quizás no sea cierto; que hubo un error; que la persona fallecida en realidad es otra. Clausura, porque cuando se comprende que la desgracia sí ocurrió realmente, se siente como si una pesada puerta se cerrara sobre un capítulo de la vida, de modo que todo lo que la persona querida fue y todo lo que uno habló o no habló, o hizo o no hizo con ella, se ha tornado en definitivo e irreversible. E impotencia, porque no hay nada que se pueda hacer para volver atrás en el tiempo y cambiar lo sucedido. La sentencia es inapelable."Hoy, al recordar a Papá, lo que corresponde más bien es celebrar su vida -con sus defectos y virtudes por igual- así como lo que significó para mi y para todos los míos. Un cuarto de siglo después, continúa vivo en la memoria y el corazón.
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