10 de abril de 2017

Lecciones del corazón

Este artículo apareció en la Sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación)

Ocurrió el pasado mes de diciembre. Luego de experimentar diversas molestias, un examen oportuno reveló una obstrucción en mis arterias coronarias, lo cual me condujo a pasar por tres procedimientos quirúrgicos en menos de una semana. Por supuesto que fue muy inesperado. Después de todo, no me veía como candidato para esto: nunca he tenido sobrepeso, nunca he fumado, no soy diabético ni hipertenso y tenía ya bastante tiempo de venir haciendo ejercicio moderado y procurando comer lo más sanamente posible. Según entiendo, me gané la rifa genética de tener un desorden metabólico que hace que mi organismo no procese adecuadamente las grasas, tornándome propenso a ser lo que describen como “flaco por fuera, gordo por adentro”.

Aunque fue un fin de año como para olvidar, por suerte todo ha salido muy bien y el proceso de recuperación marcha como debe. Sin embargo, en el camino han ido surgiendo importantes lecciones que hoy quiero compartir con quienes estén pasando o hayan pasado recientemente por una situación similar. A esas personas va dirigido este comentario.

Lo primero es que, en estos casos, contar con una buena red de soporte hace toda la diferencia del mundo. Cuando uno tropieza y queda impotente, son la familia, los amigos y las demás personas queridas quienes te atajan y amortiguan el golpe. La lección, entonces, es clara: hay que cuidar y fortalecer esa red, lo cual se hace asegurándose de ser uno mismo también un soporte confiable para ellos cuando lo necesiten.

Descubrí también la enorme calidad humana del personal de la Caja Costarricense de Seguro Social. Encontrarse en la sección de Emergencias de un hospital público tal como el Calderón Guardia no es nunca una cosa agradable, porque allí se ven cosas impactantes. Pero en medio de toda esa locura, la gran mayoría de los médicos, enfermeros(as) y restante personal logran mantener ese toque de humanidad que da aliento a los pacientes y los hace sentirse personas dignas. Un imperecedero agradecimiento para todas y todos.

Una vez superada la crisis inicial, llega el momento de digerir las lecciones que tienen que ver con la forma en que vivimos nuestras vidas. Aunque actualmente contamos con medicamentos que producen efectos casi milagrosos en el manejo de problemas de salud como el mío, está claro –y todo buen médico será el primero en admitirlo– que la estrategia de defensa hacia el futuro no puede depender solamente de tomar religiosamente los que nos receten. Para comenzar, hay que tener claro que la mejor medicina está en lo que nosotros mismos le suministramos al cuerpo en forma de alimentos. Con la ayuda de una nutricionista, he ido aprendiendo a comer de forma sana y correcta. Desgraciadamente, la industria alimentaria nacional no ayuda mucho: comer bien no es necesariamente fácil ni barato. En la casa se puede tener las cosas bajo control, pero si uno quiere o necesita comer afuera, hay que ver lo que cuesta hacerlo bien. Por ejemplo, es escasa la oferta de productos integrales o bajos en grasa. Y como por ahora me recomiendan consumir solo café descafeinado, encuentro que son muy pocos los lugares que lo ofrecen. Ojalá esto cambie a futuro. Porque uno realmente es lo que come y entonces debe decidir y actuar de conformidad.

Luego está el tema del ejercicio y en esto tampoco hay excusa. En mi caso, sigo un programa de rehabilitación cardiopulmonar que complemento con sesiones de yoga terapéutico, con los cuales será posible regresar más adelante al nivel de ejercicio previo. Ya sea por estas u otras vías, es absolutamente crucial que quien haya pasado por estas situaciones se asegure de darle atención adecuada al músculo más importante de todos, que es el corazón.

Finalmente, pero no menos importantes, están las lecciones aprendidas en lo que se suele conocer como “estilo de vida”. En este caso, el enemigo es el estrés, que no solo se origina en las tensiones propias de la vida laboral sino también las que vienen del restante entorno, incluyendo esas presas de tránsito que nos están matando poco a poco a todos. Evidentemente, gran parte de esto está fuera de nuestro control; sin embargo, es posible –y necesario– aprender y aplicar técnicas que ayuden a contrarrestar el estrés. Algunas de ellas se derivan de lo que ya he dicho más arriba, como dedicar tiempo de calidad a la familia, los amigos y el ejercicio. Pero también hay otras de eficacia comprobada, como dedicar espacios diarios a la práctica de la meditación consciente. En el carro o el autobús, funciona muy bien escuchar música que lo motive a uno o bien alguna charla sobre algún tema interesante, en vez de esas noticias que más bien suelen desalentar. En definitiva, el médico me ha insistido que debo procurar tomarme las cosas con más calma y buen humor. Suena fácil, pero si uno siempre ha tenido tendencia a ser estructurado, ordenado, rígido e impaciente, la cosa se dificulta. Aun así, hay que hacerlo; la vida es corta, pero está llena de cosas buenas. Se trata de no dejarlas pasar por estar uno demasiado concentrado en cuestiones que a la larga son secundarias.

Una última reflexión: cuando se pasa por un trance de estos, al inicio es absolutamente normal sentirse inquieto o preocupado y creer que la vida ya no será la misma de antes. Créanme que esa sensación va desapareciendo con el paso de las semanas. Concéntrense en lo positivo y todo saldrá bien.