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17 de febrero de 2021

2021: Es tiempo de pensar en Bitcoin

 Este artículo apareció hoy en el boletín electrónico La Revista (ver publicación)

Imagino que no sorprendo a nadie cuando digo que este año encuentra a nuestro país en una muy delicada situación fiscal. Esto, desde luego, no es nada nuevo. Aún así, es frustrante ver cómo las potenciales vías de solución de la crisis están siendo planteadas, de nuevo, desde la misma herrumbrada ortodoxia económica: más endeudamiento, más impuestos, más recortes. Y más castigo a los ciudadanos. Las mismas viejas respuestas; las mismas viejas soluciones.

Mientras tanto, el mundo a nuestro alrededor continúa evolucionando aceleradamente y nuevas alternativas van surgiendo para afrontar las penurias económicas que ya venían acumulándose y que se han visto acentuadas por la pandemia. Diversas personas y organizaciones están viendo más allá de los límites mentales impuestos por el pensamiento tradicional y están tomando acciones novedosas para tomar al toro por los cuernos e implementar respuestas efectivas a los desafíos extraordinarios que el mundo tiene ante sí.

En julio del año pasado, la “Office of the Comptroller of the Currency” (OCC) de Estados Unidos –que viene siendo a ese país lo mismo que la Superintendencia General de Entidades Financieras (SUGEF) es al nuestro– sorprendió a tirios y troyanos al autorizar a los bancos regulados a nivel federal para ofrecer servicios de custodia de criptoactivos a sus clientes. En setiembre, agregó que dichas entidades también podían integrar sus servicios con los de los emisores de las llamadas “criptomonedas estables”, que son aquellas cuyo valor de referencia está fijado en relación con alguna moneda tradicional, tal como el dólar estadounidense.

Más recientemente, la OCC emitió una directriz aún más relevante, que otorga a los bancos la opción de utilizar las plataformas públicas de cadenas de bloques (más conocidas en el argot técnico como blockchains), así como las mencionadas criptomonedas estables, como parte de su infraestructura de pagos y transferencias interbancarias, en adición a los mecanismos de SWIFT y ACH.

Esto es de una trascendencia enorme. Como lo sabe cualquiera que haya realizado alguna vez una transferencia SWIFT, ésta es una plataforma lenta y onerosa, que además solo está disponible en días y horas laborales. Ello representa un auténtico cuello de botella e incrementa sustancialmente los costos (en tiempo y en dinero), en momentos en que la agilidad financiera resulta vital para personas y empresas, que ya están enfrentando las duras consecuencias de la desaceleración económica exacerbada por la pandemia. Por el contrario, la tecnología de blockchain ofrece una vía rápida, efectiva, barata y disponible 24/7/365 para el envío y recepción de dinero. Al respecto, la calificadora internacional Fitch Ratings acaba de emitir un informe favorable a esta tendencia.

El ejemplo anterior es tan solo una muestra de un vertiginoso proceso de adopción y aceptación de la tecnología de criptomonedas, frente al caos que se cierne sobre los sistemas financieros y bancarios tradicionales. En efecto, para paliar los efectos de la crisis, los bancos centrales del mundo –y, de forma preeminente entre ellos, la Reserva Federal de Estados Unidos—han debido echar mano a herramientas tales como la reducción de tasas de interés (llegando incluso a terreno negativo en Europa), el crecimiento desorbitado de la deuda interna y externa, así como a las emisiones inorgánicas de dinero; acciones que, en su conjunto, están provocando una acelerada devaluación de sus monedas y un creciente desinterés por ciertas clases de activos financieros (como los bonos y los certificados de depósito), a la vez que atraen el espectro de la inflación.

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En tiempos de incertidumbre económica e inestabilidad política, los ahorrantes, inversionistas y entidades en general tienden a buscar refugio para sus capitales en activos que ofrezcan estabilidad y solidez. Hoy por hoy, opciones tales como las divisas extranjeras (en particular, el euro), no ofrecen una respuesta satisfactoria, pues se encuentran inmersas en el mismo predicamento en que se encuentra el dólar estadounidense.

Otra alternativa ha sido la de acudir a los metales preciosos, especialmente el oro, como activos capaces de almacenar y preservar la riqueza de manera efectiva. Sin embargo, estas alternativas también tienen sus propios problemas. Por ejemplo, el oro no genera dividendos (es tan solo “una mascota de piedra”, en las famosas palabras de Warren Buffet); es difícil y costoso de movilizar y almacenar, además de estar expuesto a la posibilidad de confiscación, tal y como ocurrió en EE. UU. en tiempos de Roosevelt y la Gran Depresión del siglo pasado.

Y es precisamente aquí donde entran en juego las criptomonedas y especialmente Bitcoin (el “oro 2.0”, como algunos lo llaman), tema en el que, por desgracia, en Costa Rica aún imperan la ignorancia y la suspicacia en los medios informativos tradicionales y el público en general.

Bitcoin (BTC), la primera criptomoneda, vino al mundo en el año 2008. En sus inicios, ciertamente fue vislumbrado como terreno fértil para hackers y otros personajes de dudosa reputación, quienes comenzaron a utilizarlo para realizar transacciones en la llamada “red oscura”. De esta realidad echan mano con frecuencia sus detractores, quienes parecen olvidar que el dinero y los bancos tradicionales eran y siguen siendo la vía predilecta de delincuentes y gobiernos corruptos para financiar sus operaciones y lavar sus fondos mal habidos.

A pesar de lo anterior, la verdadera naturaleza y capacidades de BTC se han ido revelando paulatinamente a un número cada vez mayor de participantes legítimos del mundo financiero, alrededor de todo el mundo. De hecho, la empresa ChainAnalysis ha estimado recientemente que, en la actualidad, apenas el 0,34% de todas las operaciones en criptomonedas poseen naturaleza criminal.

El este sentido y en el marco de las duras realidades que todos debimos enfrentar, el año pasado representó un verdadero punto de inflexión.

En efecto, el 2020 fue y será siempre recordado como el año en que Bitcoin y las demás criptomonedas salieron de la oscuridad y entraron con fuerza demoledora en el radar de los inversionistas individuales e institucionales del mundo, a pesar de que, desgraciadamente, en nuestro país se mantengan todavía mayoritariamente en las sombras.

Durante esos doce meses, BTC mostró un increíble rendimiento superior a 224%, dejando en el polvo a todos los demás activos financieros –incluyendo al oro y los índices bursátiles como el Dow Jones y el S&P500—para insertarse en el “Top 20” de los más valiosos del mundo, con una capitalización de mercado superior a las de compañías tales como Coca Cola, Visa y Walmart.

Uno tras otro, legendarios veteranos de Wall Street salieron el año pasado a expresar su adhesión a Bitcoin: nombres como los de Paul Tudor Jones, Stanley Druckenmiller, Bill Miller, Larry Fink y Rick Rieder; algunos de ellos incluso sugiriendo que BTC puede convertirse pronto en una inversión mejor que el oro.

Pero nada supera la magnitud de la entrada en el mercado de grandes inversionistas institucionales.

Michael Saylor, CEO de MicroStrategy, fue el primero en introducir la idea de que las corporaciones deberían trasladar sus reservas de efectivo a BTC, con el fin de enfrentar la desvalorización del dólar y proteger su capital, procediendo acto seguido a adquirir nada menos que mil millones de dólares de BTC para demostrar la seriedad de su propuesta. Saylor unió así su voz a un creciente grupo de expertos en el tema para argumentar que, dentro de muy poco tiempo, la pregunta que harán los accionistas a los directivos de sus compañías no será si deberían invertir o no en Bitcoin, sino porqué no lo han hecho aún.

Poco después, PayPal, el gigante de los pagos en línea, anunció que sus millones de usuarios podrían comprar y vender criptoactivos por medio de su plataforma. Y, para cerrar el año con broche de oro, MassMutual, la mega entidad aseguradora estadounidense con 169 años de trayectoria, reconocidamente reacia al riesgo, anunció la compra de cien millones de dólares en BTC. Casi de inmediato, el alcalde de la ciudad estadounidense de Miami, Francis Suárez, propuso que ese gobierno local convierta una parte de sus reservas a Bitcoin, como forma de proteger el dinero de los contribuyentes frente a la devaluación de la moneda nacional. Añadió que pretende convertir a su ciudad en el nuevo epicentro de los servicios criptofinancieros.

Este año ha estado lejos de perder intensidad en lo que a noticias alentadoras se refiere. Enormes conglomerados financieros como Goldman Sachs, Fidelity, BBVA y JPMorgan han expresado públicamente su interés en esta alternativa. Visa, MasterCard y MoneyGram han anunciado la introducción de servicios en criptomonedas para sus clientes. Y tan solo hace pocos días, dos noticias bomba: por una parte, Elon Musk –actualmente la persona más adinerada del planeta– reveló que su empresa Tesla, el gigante de los vehículos eléctricos, había trasladado $1.5 billones de sus reservas de liquidez a BTC. Por otra, BNY Mellon, el banco más antiguo de EE. UU., anunció que introducirá servicios de BTC y otras criptomonedas en la gestión de las carteras de sus clientes.

Todas las especulaciones no son ahora si alguna otra compañía del índice S&P500 seguirá pronto el ejemplo de Tesla, sino cuál. Los rumores ponen la mira en Apple, pero habrá que aguardar para saberlo con certeza.

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¿Cuáles son, exactamente, los atractivos de Bitcoin? Muchos, a no dudarlo. Para lo que aquí interesa, mencionaré solo dos: descentralización y escasez.

Desde su incepción por medio del hoy famoso whitepaper del misterioso Satoshi Nakamoto, Bitcoin fue concebido como una plataforma de intercambio descentralizada. Eso significa que no existe ninguna autoridad singular que regule o ejerza control sobre él, como lo hace el banco central de un país respecto de su moneda nacional. Esto torna a BTC en inmune a agendas políticas, así como a posibles acciones confiscatorias por parte de un gobierno u organismo internacional en particular, que tampoco pueden emplearlo como un arma o instrumento de opresión de sus propios ciudadanos o de otros países.

Pero, quizás más interesante aún, es la característica de escasez. Como se sabe, en un mercado libre, el precio de los bienes y servicios está regido por la oferta y la demanda. Esto incluye a las propias monedas y por eso existen y fluctúan los diversos tipos de cambio. Pero, cuando el dinero es regulado por una autoridad central, ésta puede ejercer control sobre la oferta monetaria como instrumento de política fiscal. Específicamente, puede aumentar o disminuir el circulante para controlar el comportamiento de los precios, acelerar o desacelerar el crecimiento económico o para otros propósitos.

Pero dichos aumentos o disminuciones de circulante inciden sobre el valor de la moneda, devaluándola o apreciándola, según sea el caso. Y si se da un aumento desmedido, especialmente por medio de emisiones inorgánicas –como lo están haciendo los gobiernos y bancos centrales para tratar de atenuar los efectos de la crisis—entonces la moneda pierde su precio y poder adquisitivo de forma marcada, creando una amenaza inflacionaria y deteriorando los ahorros de las personas y las reservas de capital de las empresas. Precisamente esto último es lo que induce la transferencia de liquidez hacia activos más seguros, cuya escasez intrínseca impide manipular el suministro de la forma en que se puede manipular el de la moneda.

Como veíamos anteriormente, fenómenos como los descritos son los que tradicionalmente provocarían una migración de capitales hacia el oro, una materia prima comparativamente escasa y altamente apreciada desde la antigüedad. Pero el oro presenta los inconvenientes que ya comentamos, con el agravante adicional de que el potencial descubrimiento futuro de nuevos grandes yacimientos podría hacer declinar drásticamente su precio.

En contraste, BTC es perfectamente escaso (o, más exactamente, finito). El algoritmo de software que gobierna el suministro de esta criptomoneda –y que nadie, valga reiterar, tiene el poder individual de modificar, debido a su carácter descentralizado— garantiza que nunca habrá más de exactamente veintiún millones de BTC y, por otra parte, que la emisión de ese total se dé dentro a un ritmo y de un plazo preestablecidos, el cual se extenderá hasta el año 2140.

En consecuencia, no es posible manipular la oferta de Bitcoin con el propósito de manipular su precio; éste no lo determina más que la oferta y la demanda. Y la oferta depende estrictamente de la velocidad con que se emita las nuevas monedas (proceso al que se conoce como “minado”), así como de la disposición de vender que tengan los tenedores de las monedas ya en circulación. Y puesto que los análisis de la blockchain revelan que éstos últimos tienden cada vez más a guardar sus BTC en vez de venderlos, está claro que el desbalance entre la oferta y la creciente demanda probablemente tenderá a empujar su precio cada vez más hacia arriba.

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Los escépticos suelen apuntar a la volatilidad de precios que ha presentado BTC en el pasado, en un intento de exhibirlo como excesivamente riesgoso e incapaz de servir como medio de pago efectivo. Sin embargo, dichos comentarios omiten señalar que esto es lo previsible, tratándose de un activo tan joven y con una capitalización de mercado aún comparativamente pequeña ($906 billones, a la fecha en que escribo), en relación con otros como el oro o el petróleo; circunstancia que de momento todavía permite a algunos actores (el mencionado caso de Tesla es el más reciente) provocar altibajos por medio de grandes compras o ventas. Tampoco mencionan que, en todo caso, ni siquiera la Bolsa de Valores de Nueva York está exenta de experimentar violentas oscilaciones, como sucedió hace escasos días en el caso de la compañía GameStop.

Pese a esta circunstancia, el análisis técnico revela que las fluctuaciones en el precio de Bitcoin muestran un patrón característico, tendiendo hacia crestas cada vez más altas y valles cada vez menos bajos. De nuevo, esto es también lo que uno esperaría, a medida que los especuladores del pasado tienden a ser reemplazados por inversionistas de largo plazo, tanto individuales como institucionales. A medida que aumente el suministro e ingrese un número creciente de participantes en el mercado, es de esperar que la volatilidad se vaya estabilizando.

Con respecto al tema de si servirá o no como medio de pago, el mercado tiende a mostrar señas afirmativas, a medida que más y más comercios anuncian su disposición a admitirlo en transacciones. No obstante, pareciera que BTC más bien está adquiriendo poco a poco una naturaleza particular: la de servir como “oro 2.0”, es decir como reserva de valor; mientras que son otras criptoalternativas (especialmente las basadas en la plataforma Ethereum y que vienen impulsando el crecimiento de la industria conocida como “DeFi” y a la que no me referiré más ahora) las que se vislumbran como los medios de pago del futuro.

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¿Y qué relevancia podría tener todo lo arriba expuesto para Costa Rica? En síntesis, pienso que los criptoactivos –y particularmente Bitcoin– representan una alternativa que los ciudadanos, las empresas y las entidades públicas, deberían tener en mente, ya sea como parte de su estrategia de inversión o bien como un recurso adicional importante para un manejo más efectivo de la política fiscal.

Las autoridades nacionales, al igual que las de muchos otros países, han venido haciendo la vista gorda hasta ahora en esta materia o, si acaso, han mostrado desinterés. El Banco Central de Costa Rica ha reiterado su criterio de que las criptomonedas no poseen la misma naturaleza jurídica del numerario, pero no son ilegales en nuestro medio, advirtiendo que se trata de activos no regulados y carentes de respaldo estatal. Curiosamente, es posible afirmar exactamente lo mismo con respecto al oro, sin que eso haya impedido a nadie comercializarlo durante milenios.

Por su parte, no conozco ningún pronunciamiento formal del Ministerio de Hacienda o de la Procuraduría General de la República en lo relativo al tratamiento tributario y legal de esta clase de activos.

Como resultado de todo lo anterior, me parece que habría que remitirnos a los dos grandes principios jurídicos conocidos como “de autonomía de la voluntad” y “de legalidad”, para estimar que el comercio de criptoactivos está permitido para los sujetos privados (salvo aquellos regulados por normas que expresamente lo prohíban) y no todavía para los públicos.

¿Y por qué es esto importante? Pensemos en la oportunidad que presentaría poder invertir en criptoactivos (en adición a los activos tradicionales), así como ofrecer servicios de esta naturaleza, para los bancos, las operadoras de pensiones o las empresas aseguradoras, por ejemplo. En efecto, los fondos de pensiones, por ejemplo, actualmente enfrentan grandes incertidumbres en lo referente a su capacidad de enfrentar los desembolsos que deban cubrir a futuro, como consecuencia del pobre desempeño en que la crisis ha sumido los productos en que tradicionalmente han venido colocando sus recursos.

¿Y qué impacto podría representar para las arcas públicas contar con reservas de un activo que, según Bloomberg, tuvo un desempeño positivo de 9.000.000% en la última década? No tengo a mano los números respectivos, pero sospecho que no sería desfavorable.

Soy consciente de que la perspectiva de hacer cosas como las indicadas ha recibido hasta ahora una reacción mayoritariamente negativa en nuestro medio. Creo, sin embargo, que esto es consecuencia de un análisis desfasado, de frente a acontecimientos e innovaciones como las descritas líneas arriba.

Considero, en conclusión, que Costa Rica debería aprovechar características tales como la estabilidad y madurez de nuestro sistema bancario y jurídico; la disposición tecnológica favorable (particularmente relativo a la creciente digitalización de servicios financieros) y otras para asumir un liderazgo regional en esta temática. Se impone un cuidadoso análisis que, en vez de ponernos a nadar contracorriente, oponiéndonos a lo que se vislumbra desde ahora como el futuro post pandémico, nos permita más bien innovar y dotar a los ciudadanos y a las instituciones de opciones modernas para afrontar los desafíos económicos de hoy y mañana.



20 de septiembre de 2020

El impuesto a las transacciones financieras no le sirve al Gobierno: dos razones de por qué no

Este comentario apareció en La Revista de hoy (ver publicación)


Creo que no hace falta ser economista ni tener la proverbial bolita de cristal para anticipar qué sucedería si se llegara a aprobar el impuesto sobre las compras electrónicas, transferencias de dinero y retiros de cajeros automáticos anunciado por el Gobierno costarricense como parte de su paquete de propuestas de negociación al Fondo Monetario Internacional.

El Gobierno espera que este tributo, que regiría por cuatro años, sea el que más recursos genere de entre las diversas medidas contenidas en el planteamiento. No obstante, pienso que desde ahora podemos vislumbrar al menos dos escenarios que no solo podrían debilitar e incluso dar al traste con esa expectativa, sino que -de hecho- podrían salirle al fisco como el igualmente proverbial tiro por la culata.

Escenario número 1: los “ciudadanos de a pie”. Enfrentados ya a un panorama de fuerte desaceleración de la actividad económica y de reducción de ingresos, el impuesto que se pretende crear impulsaría que los ciudadanos privilegien las transacciones en efectivo. Y los pagos en efectivo significan, fundamentalmente, una cosa: nada de factura. Bastará un “Si lo hacemos en efectivo, no le cobro el IVA y usted se ahorra además el impuesto a las transferencias” para que inevitablemente se produzca esa consecuencia, con el consecuente desmedro de los ingresos hacendarios. Además, esta situación -como el propio Gobierno lo ha reconocido- representará un regreso al siglo pasado en materia de bancarización de las personas. Si una cuenta bancaria ya de por sí no genera prácticamente nada en intereses (ni siquiera lo suficiente como para evitar el deterioro del poder adquisitivo del dinero por causa de la inflación), lleva aparejado el pago de comisiones periódicas por el uso de la respectiva tarjeta de débito y, ahora encima, va a haber un gravamen adicional por realizar pagos, ¿qué interés tendría alguien de querer abrir y luego mantener dicha cuenta?

Los pagos en efectivo podrían traer también otra consecuencia nefasta: el crecimiento de la economía informal. Ésta, a su vez, implica nada de deducciones salariales ni cargas sociales. O sea, “Le pago en efectivo y así no le rebajo la renta ni la CCSS”. ¿Cuál trabajador con cónyuge y cuatro hijos que mantener, alquiler que pagar y cuentas pendientes de electricidad y agua podrá resistirse?

Y ya que estamos echando mano a frases populares, diremos que la medida propuesta conduciría a que algunos prefieran guardar su plata, literalmente, debajo del colchón. ¿Pero no era que se quería desincentivar el uso del efectivo para reducir la diseminación de la covid-19? Y, por supuesto, los delincuentes no tardarían mucho en percatarse de lo que está sucediendo y orquestando toda clase de asaltos y estafas para hacerse con todo ese efectivo circulando en la calle.

Escenario número 2: los sectores más aventajados. Si me permiten acudir a un último coloquialismo, diré que cuando el Gobierno cierra una puerta, la tecnología abre una ventana. La implosión e incertidumbre económicas provocadas por la actual pandemia, junto con las masivas emisiones monetarias efectuadas por los bancos centrales del mundo y el espectro de inflación que ello representa, están llevando a los sectores económicamente poderosos del planeta -empresas e inversionistas- a buscar refugio. Ello tradicionalmente ha significado una cosa: los metales preciosos. Sin embargo, hoy existe otra alternativa que no solo está al alcance de quienes tienen más recursos, sino también de cualquier persona que tenga el conocimiento y las herramientas adecuados: las criptomonedas. En efecto, los últimos dos años -y, sobre todo, este 2020- han visto un inusitado crecimiento en la oferta y demanda del novedoso dinero digital. A partir de la introducción de Bitcoin hace diez años, hoy existen literalmente miles de clases de criptomonedas en circulación, con una capitalización total superior a los 355 mil millones de dólares.

Las criptomonedas constituyen una aplicación particular de la tecnología criptográfica conocida como blockchain (cadena de bloques). Sus características más sobresalientes para lo que aquí nos interesa son la descentralización (que implica que las criptomonedas no dependen de ninguna autoridad central, ya sea gobierno o banco) y la anonimidad (en el sentido de que los datos relativos a las transacciones en la cadena de bloques no están asociados a ninguna identidad física en particular). De este modo, se hace posible realizar operaciones financieras sin la intermediación de un banco tradicional, evitando no solo el pago de comisiones sino además la intervención de las entidades que precisamente estarían a cargo de recaudar el impuesto que hemos venido comentando en nuestro país.

De hecho, una de las tendencias más en boga y potencialmente más revolucionarias (odio el término “disruptivas”) en esta materia, la constituyen las llamadas “DeFi”, término derivado del inglés “decentralized finances”. Estas aplicaciones podrían representar ni más ni menos que la muerte de los bancos comerciales tradicionales. Soportadas principalmente por la plataforma Ethereum (una de las clases principales de criptomonedas), las DeFi permiten implementar los denominados “contratos inteligentes”, por medio de los cuales es posible ofrecer servicios financieros tales como préstamos de dinero, pagos electrónicos y seguros, sin la participación de un banco o entidad aseguradora, en su caso.

Si bien las DeFi se encuentran aun en fase experimental, me parece que es solamente cuestión de tiempo antes de que comencemos a ver su aplicación en el mundo real. Por su parte, los pagos directos mediante monedas como Bitcoin ya están ampliamente disponibles. Bajo este panorama, los esfuerzos de los gobiernos del mundo por establecer y recaudar impuestos como el que nos concierne podrían verse seriamente amenazados. Al final, serán los más aventajados los que encuentren portillos como los mencionados para eludirlos, mientras que quienes terminarán pagándolos serán, por variar, las personas de menos recursos, especialmente los asalariados.

23 de agosto de 2020

El estado de La Nación

Me llamó poderosamente la atención un artículo publicado en La Nación de hoy, titulado "La Nación y Subsidiarias paga (sic) puntualmente a CCSS rendimientos por compra de bonos". A diferencia de otras notas de días recientes, ésta no parece estar relacionada o bien aparecer en respuesta a alguna publicación de otro medio nacional. Da la sensación, más bien, de que su objetivo es puramente el de tranquilizar a los inversionistas actuales o potenciales del Grupo Nación con respecto a la solvencia financiera de dicho conglomerado.

Si bien no tengo ningún motivo ni evidencia para suponer que los datos allí revelados no sean veraces, lo cierto es que tampoco parecieran ofrecer un retrato completo de la situación actual de la empresa. Por ejemplo, si bien se admite allí que la CCSS "expresó preocupación por los bonos comprados a La Nación, S. A. y Subsidiarias, porque su calificación pasó de AAA a A y porque teme por los efectos económicos de la pandemia de covid-19", no se comenta nada acerca del hecho de que, el 6 de agosto pasado, la Sociedad Calificadora de Riesgo Centroamericana, S.A, rebajó la calificación de La Nación, S.A. y sus subsidirias en general, en tanto emisores de valores, del nivel "scr A+ (CR) con perspectiva estable", a "scr A+ (CR) con perspectiva negativa", explicando -entre otros aspectos- que "La Nación se encuentra afectada adversamente por el cambio estructural en la industria de medios de comunicación. La tendencia decreciente en la generación de ingresos por parte de sus principales líneas de negocio evidencia la materialización de los riesgos que atañe el cambio del mercado publicitario tradicional hacia medios digitales" (véase aquí).

Más adelante, en el reportaje de comentario, se expresa que "En cuanto a las colocaciones en las que la CCSS hizo inversiones, La Nación S. A. y Subsidiarias incluso ha recomprado ¢1.985 millones mediante el mecanismo de subasta inversa, permitido en el mercado de valores". No obstante, tampoco se advierte sobre que, en la reciente recompra por colocación directa inversa efectuada el pasado 14 de agosto de la emisión B-14, no se recibió ofertas, por lo cual no hubo ninguna colocación (véase aquí).

De hecho, de ninguno de los dos hechos relevantes anteriores se ha informado hasta la fecha por el periódico, hasta adonde sé.

Alguien podría pensar que este comentario está motivado en la reciente desaveniencia que condujo a mi salida del grupo de articulistas regulares de La Nación. Pero no es así. Sinceramente, no tengo ningún reproche o mala voluntad hacia La Nación como tal, aunque no comulgue con su línea ideológica o sus tácticas informativas. Lejos de ello, sigo siendo suscriptor y lector fiel de la edición impresa, como lo he hecho desde mi infancia, cuando acostumbraba ojear el periódico comenzando de atrás para adelante, para así ver primero las tiras cómicas.

De mayor importancia, no le deseo mal a ningún medio de prensa nacional. Creo que constituyen canales indispensables del debate sobre el acontecer nacional e internacional. La desaparición de cualquier periódico independiente, como recientemente ocurrió con La Prensa Libre, decano de la prensa nacional, constituye una verdadera tragedia para nuestra vida democrática, particularmente con relación a la sana fiscalización ciudadana del quehacer de los gobernantes.

Lo que pasa es que, si se trata de ofrecer una imagen completa y veraz sobre el estado financiero de cualquier empresa, incluyendo desde luego a Grupo Nación, creo que se debe hacer revelando todo lo que sea de importancia para ello. No menos que eso merecen los inversionistas del hoy y del mañana de esa empresa, así como sus lectores.

18 de abril de 2020

El grillo y la hormiga

Este artículo apareció en la Sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación).

Cuenta la conocida fábula que una esforzada hormiga, durante los soleados y cálidos meses del verano, dedicaba largas horas de trabajo, sudando y jadeando, a recolectar y guardar alimentos en la despensa de su casa.

Por allí cerca, vivía un alegre y fiestero grillo, quien día tras día observaba a la hormiga afanarse, mientras él reía y cantaba tocando el violín, disfrutando del sabroso clima. Tiempo después, llegó el gélido invierno. Un día, la trabajadora hormiga, sana y salva en su tibio hogar, descansaba tranquila, esperando que pasara el frío.

De pronto, escuchó que tocaban a la puerta. Abrió y, para su sorpresa, encontró al otrora festivo grillo, tiritando y castañeteando los dientes, debilitado casi hasta el colapso. “No tengo nada para comer”, le confesó con tristeza. "Tú, por otra parte, tienes mucho guardado. ¿Serías tan bondadosa de compartir aunque sea un bocado conmigo?”. La hormiga meditó unos momentos y respondió: “Aún falta mucho para que termine el invierno. Temo que la comida que tengo apenas me alcance. Pero dime, ¿qué hiciste tú durante el estío, que ahora no tienes nada para tu manutención?”.

El grillo, que apenas podía hablar, respondió: “Día y noche, a todos los que veía, les cantaba”. Entonces, la hormiga, antes de cerrarle la puerta en la cara, manifestó implacable: “¿Les cantabas? Me alegro. Pues bien, ¡ahora baila!”.

Moraleja. La moraleja de la historia es obvia: en tiempos de vacas gordas, debemos prepararnos para la posibilidad de que más adelante vengan tiempos de vacas flacas. Y lo cierto es que difícilmente podrían adelgazar más las vacas que durante la presente crisis mundial.

Alrededor del globo, la pandemia de la covid-19 ha obligado a cerrar puertas a entidades y empresas, grandes y pequeñas, que se habían visto obligadas a despedir a sus empleados o a suspender los contratos laborales, con el consecuente desempleo, incertidumbre y hambre de incontables personas.

Por desgracia, diversos estudios han confirmado una dolorosa realidad: por largo tiempo, las personas no han hecho lo de la hormiga, sino lo del grillo; no ahorraron, gastaron como si no hubiera mañana y administraron las finanzas familiares y personales con desenfreno.

Vivieron de prestado o de tarjetas de crédito, en un vano intento por aparentar un estilo de vida de abundancia, en competencia con sus vecinos, quienes, en la mayoría de los casos, están igual o más endeudados.

Dada nuestra generalizada falta de educación en cuestiones de dinero (vea “Analfabetismo financiero”, La Nación, 29/7/2019), estamos aprendiendo ahora una dura lección: contar con reservas de dinero para emergencias no es optativo.

No se trata de algo que tal vez deberíamos hacer o que sería bonito intentar algún día. Simplemente, no hay elección, pues la consecuencia es afrontar un penoso invierno financiero, cuya duración —como sucede hoy— nadie puede pronosticar, quizás, sin medios para llevar un bocado a nuestros dependientes.

Hay países, como el nuestro, que, pese a sus limitados recursos, afortunadamente cuentan con una invaluable red de solidaridad social, en la forma de salud y educación públicas, así como de mecanismos bancarios y de otras índoles que ayudan a suavizar el golpe en los bolsillos de la ciudadanía.

Pero ahora, más que nunca, existe, cuando menos, una enseñanza que debería dejarnos esta historia, y es que, en última instancia, la responsabilidad por nuestro bienestar y el de los nuestros descansa prioritariamente sobre nuestros propios hombros.

En las finanzas personales, contar con acopio de dinero suficiente para imprevistos debe ser invariablemente la prioridad número uno, incluso por encima de pagar deudas, pues estas siempre pueden ser refinanciadas o renegociadas; mientras no contar con recursos para satisfacer las necesidades básicas, especialmente en tiempos cuando el acceso a préstamos suele ser difícil, cuando no imposible, y se haya agotado el crédito disponible mediante tarjetas, es una receta segura para el desastre.

Tiempo y disciplina. Crear una reserva como la que he venido describiendo generalmente no es fácil y requiere tiempo y disciplina. Pero, repito, no es optativo ni se puede postergar a la espera de tiempos mejores.

Para lograrlo, existen diversos mecanismos que se resumen en la vieja y conocida fórmula de aumentar los ingresos, reducir los gastos o, idealmente, ambas cosas.

Para lo anterior, es crucial contar con un presupuesto, pues no se sabe en qué o en cuánto disminuir nuestro consumo si no determinamos primero en qué se gasta nuestro dinero. También, existen formas creativas de mejorar las finanzas, incluidas la venta de objetos en desuso o innecesarios o la creación de un pequeño negocio de productos o servicios.

A veces, basta con recortar un poco en actividades como salir al cine o a comer fuera, así como sustituir ciertos productos caros por otros más económicos.

Cuando tengamos una suma, por pequeña que sea, para comenzar la reserva, debe procurarse mantenerla accesible (en términos financieros, lo más líquida posible), pero no estática (por ejemplo, en una cuenta de ahorros), pues en ese caso el dinero irá perdiendo lentamente su valor debido a la inflación.

Una buena opción es acudir a los fondos de inversión abiertos, de mercado de dinero o de ingreso, para generar una rentabilidad que, idealmente, sea reinvertida para potenciar el crecimiento de lo reservado.

Lo más aconsejable en estos casos es acercarse a los bancos o a otros asesores acreditados para explorar las alternativas.

La situación actual es dura, sin duda, pero pasará. Ojalá la antigua enseñanza que contiene la fábula del grillo y la hormiga sea interiorizada por todos nosotros para que el próximo invierno financiero —que tarde o temprano vendrá, quizás no a escala planetaria, pero sí nacional o personal— no nos tome desprevenidos. Porque, cuando ocurra, nadie querrá tener que volver a bailar a la intemperie para mantenerse caliente.

5 de diciembre de 2019

Un aguinaldo para el próximo año

Este artículo apareció en la Sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación).

En los próximos días, los trabajadores y pensionados recibirán su décimo tercer mes salarial, más conocido como aguinaldo. Sin embargo, lamentablemente, muchos de ellos —quizá la mayoría— no tendrán la oportunidad de disfrutarlo en buena parte o, en el peor de los casos, del todo. La razón es que el ingreso lo tienen comprometido, ya sea para cancelar deudas o para cubrir erogaciones típicas del fin y principio de año, como el pago del marchamo o los gastos escolares de sus hijos.

Grata sensación. Me gustaría que esas personas pensaran qué maravilloso sería si su aguinaldo llegara libre de polvo y paja; es decir, que todo o, cuando menos, la mayor parte de este no tenga ya como destino el bolsillo o la cuenta de otros. Qué grata sensación sería la de saber que cuando se reciba ese ingreso no aparecerán inmediatamente las manos extendidas de muchos cobradores exigiendo su parte, lo que da la impresión de que el dinero es como arena que se escapa de entre los dedos tan pronto llega. Sería como ganar la lotería, ¿verdad?

En mi anterior antrículo, “Solo hay un modo de evitar el sobrendeudamiento” (La Nación, 5/11/19), intenté explicar la diferencia primordial existente entre alguien financieramente inteligente y quien no lo es. En síntesis, señalé que quien no posea ese talento procede según este orden: recibe su dinero, abona a las deudas, gasta sin apego a ningún plan y, finalmente, si sobra algo —cosa que rara vez o nunca sucede—, lo ahorra. Por el contrario, la persona financieramente educada primero prepara un presupuesto de ingresos y gastos, luego recibe su dinero, separa el ahorro previsto en ese plan —idealmente, lo invierte— , después abona a sus deudas y, por lo último, gasta conforme el presupuesto establecido, sin excederlo.

Ingreso extraordinario. Con el aguinaldo también se debe ser financieramente inteligente. Es necesario entender que se trata de un ingreso extraordinario, que, consecuentemente, no debe estar destinado a satisfacer gastos ordinarios. Estos últimos deben contemplarse siempre en el presupuesto personal o familiar, puesto que son totalmente previsibles. Por ejemplo, a nadie que posea un vehículo puede tomarle por sorpresa el pago anual de los derechos de circulación; esta es una erogación ordinaria y, por ende, hay que prepararse de antemano, a partir de los ingresos ordinarios, no del aguinaldo.

Cuando alguien carece de inteligencia financiera, piensa que la solución para todos sus problemas consiste en ganar más dinero. En consecuencia, se centra en alternativas tales como trabajar horas extra, buscar un segundo empleo, procurar una promoción laboral o un aumento salarial. No obstante, dicen con justificada razón los expertos que, cuando el problema de una persona es no saber cómo administrar su propio dinero, ninguna cantidad extra lo resolverá. En efecto, tan pronto se obtiene el ingreso adicional, el individuo tenderá a gastar más o a contraer nuevas deudas. De este modo, incluso la gente que gana salarios elevados puede caer en una crisis económica. La diferencia entre un pobre y un rico, recalcan los mismos expertos, no es cuánto gana, sino cuánto de ese ingreso se logra ahorrar. Y el aguinaldo no es excepción.

Cómo lograrlo. Por todo lo anterior, si usted es de los que ya saben que de su aguinaldo quedará poco o nada, propóngase hacer algo distinto el año que viene. Por ejemplo, precise a cuáles gastos previsibles destina actualmente ese décimo tercer mes. Luego, divida ese monto entre el número de pagos que recibirá en el 2020 (quizás sean 12, si le pagan mensualmente; 24, si gana quincenalmente, etc.) y agregue a su presupuesto el rubro de ahorro correspondiente. Cada vez que le paguen, guarde esos montos en una cuenta de ahorros o, mejor todavía, en un fondo de inversión o certificado de depósito. Si quiere facilitarse la vida, puede acercarse a su banco, asociación solidarista, cooperativa o similar y suscribir un plan de ahorro programado; de este modo, la cuota será deducida automáticamente de su ingreso e invertida, sin que usted lo sienta. Así, cuando llegue diciembre del año entrante, descubrirá tres escenarios maravillosos: que ya tiene listo el dinero para pagar esos gastos ordinarios, que ha ganado intereses sobre esos montos y, lo mejor de todo, que no tendrá que dedicar su décimo tercer mes a compromisos.

Así es que, el próximo año, le propongo regalarse su propio aguinaldo. Desde ya, muy feliz y próspero año nuevo para todos.

5 de noviembre de 2019

Solo hay un modo de evitar el sobrendeudamiento

 Este artículo apareció en la Sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación).

Los reportajes publicados por La Nación acerca del sobrendeudamiento de los costarricenses son alarmantes y han sonado la voz de alerta sobre la necesidad de actuar para encontrarle alivio urgente.

En la primera plana de la edición del 2 de noviembre, dos titulares provocan sentimientos encontrados: esperanza (“Los pasos para crear un ahorro a largo plazo según su edad”) y desaliento (“Compradores se lanzan a la caza de promociones”).

El gobierno propuso planes para combatir el flagelo, pero es evidente que de poco servirán si no se ataca el mal desde la raíz: la escasa o nula educación financiera en el país; problema al cual dediqué un comentario anterior (“Analfabetismo financiero”, La Nación, 29/7/2019).

Los anunciados proyectos incluyen la obligatoriedad de llevar cursos sobre la materia, aunque leí que se pretende la asistencia durante tres años, plazo irrazonablemente excesivo que casi asegura el incumplimiento.

No debería ser necesario llevar lo que vendría a ser prácticamente una carrera universitaria para aprender a administrar los recursos personales. Además, ¿quién los va a impartir? ¿Los bancos? No tengo nada en su contra, pero lo cierto es que estos son los principales beneficiarios de que la gente se endeude hasta el cuello. ¿La Superintendencia General de Entidades Financieras, entonces? Tendría que alquilar el Estadio Nacional para educar a tantos.

Independencia financiera. Es fundamental que las personas entiendan una regla que debería ser de sentido común, si no fuera porque este, como dicen, es el menos común de los sentidos: solo hay un modo de evitar el endeudamiento excesivo, y es gastar menos de lo que se gana. De lo contrario, es imposible ahorrar. Sin ahorro, es imposible invertir. Si no se invierte, no se alcanza la independencia financiera, condición ideal en la que los réditos de las inversiones sobrepasan los gastos regulares.

Por lo general, quien no posee una adecuada formación financiera se apega a un patrón de conducta cuya secuencia es esta: recibe un ingreso; después, gasta sin apego a un presupuesto; luego, procura abonar a las deudas; y, finalmente, si algo sobra, ahorra.

Puesto que usualmente nunca sobra nada, nunca se ahorra. Peor aún, si el dinero no alcanza siquiera para cubrir los gastos, se acude al endeudamiento mediante préstamos, tarjetas de crédito, etc.

Esta mecánica, repetida constantemente, mes tras mes, conduce al fracaso y a mantener a la persona en condiciones de perpetuo estrujamiento económico, con la consiguiente angustia y los males físicos y emocionales derivados.

Inteligencia financiera. Por el contrario, quien, gracias a la educación posee lo que los expertos llaman “inteligencia financiera”, hace las cosas en un orden distinto: primero crea un presupuesto, que incluye siempre una meta de ahorro, por pequeña que sea, sin excepciones ni excusas, así como el pago de deudas hasta donde sea posible. Después, recibe el ingreso, separa el ahorro planificado (a esto se le conoce como “pagarse a uno mismo primero”), abona a las obligaciones existentes y, finalmente, gasta sin exceder los recursos disponibles, y, obviamente, sin agravar su nivel de endeudamiento.

Lo sé, es más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, la indisciplina conduce a una actitud en la que nunca faltarán justificaciones para no ahorrar (“no me alcanza”, “la situación está muy dura”) y, más bien, gastar (“para eso trabajo”, “me lo merezco”, “solo se vive una vez”).

Dichas razones son solo excusas para eludir lo que se sabe bien que no debe hacerse: consumir más de lo que se recibe. En efecto, se gasta dinero que no se tiene en cosas que frecuentemente no se necesitan y todo para complacer a otros, o para tratar de impresionar dando una falsa apariencia de opulencia. Aquí, les dejo una pista: a nadie le interesa.

Paz interior. Sin importar lo que digan los eternos pesimistas, aunque sea poco, siempre es posible ahorrar (e incluso donar para los más necesitados, tema valioso para un futuro comentario).

En palabras del escritor Ramit Sethi ("I Will Teach You to Be Rich"), para poder gastar extravagantemente en las cosas que amamos, primero hay que recortar inmisericordemente las que no. Cada quien sabe qué es importante y qué no lo es, y debe actuar en consecuencia.

No desaprovechar las oportunidades esperadas (aguinaldo, salario escolar, etc.) o inesperadas (recibir un aumento o pago retroactivo, ganar la lotería, etc.) para ahorrar, en vez de aumentar el consumo.

Lo ideal es crear primero una reserva para emergencias, luego, abonar cantidades mayores para acelerar la cancelación de deudas y, eventualmente, invertir. Requiere disciplina, pero el premio será la paz interior, el bienestar propio y el de los seres queridos. Y, eso, no tiene precio.

29 de julio de 2019

Analfabetismo financiero

 Este artículo apareció en la Sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación).

Tuve el agrado de participar en el simposio "Finanzas Personales en Época de Crisis: Implicaciones del Endeudamiento Extremo para el Sistema Financiero", como parte del programa de educación financiera "Hagamos Números", auspiciado por La Nación, entre otras entidades.

Debo decir que al mundo de las finanzas personales llegué más por necesidad que por voluntad. Siempre pensé que la materia sería demasiado árida y poco atrayente, lo cual no deja de ser extraño, siendo hijo de un economista y hermano de dos. Sin embargo, a medida que he dedicado tiempo a estudiarla, he descubierto, con sorpresa, que en realidad es sumamente interesante; diría que hasta fascinante. Y, más significativo aún, cada vez con más insistencia me viene a la mente la pregunta por qué nadie nos la enseñó desde pequeños.

Pavoroso endeudamiento. Los conferencistas en la actividad mencionada abundaron en cuadros y estadísticas sobre el alarmante endeudamiento que angustia a gran parte de la población, incluidos no solo los sectores de ingresos más bajos, sino también muchas personas del estrato medio y, sorprendentemente, del alto.

Lo anterior sugiere que la mala gestión de la economía personal y familiar no depende necesariamente de cuánto dinero ingresa a los hogares, sino, más bien, de la errónea actitud de las personas en lo relativo a la administración de sus recursos —sean pocos o muchos— porque se dejan llevar por el consumismo irresponsable que nos tienta a diario y conduce a tantos a gastar en un estilo de vida que procura aparentar ante otros una riqueza inexistente, sin percatarse de que aquellos a quienes pretenden impresionar posiblemente están igual o peor de endeudados.

El inversionista Warren Buffet lo resumió magistralmente: “Lo que mantiene ricos a los ricos es que tratan su dinero como si fueran pobres; y lo que mantiene pobres a los pobres es que tratan su dinero como si fueran ricos”.

Esperanzadoramente, van surgiendo poco a poco algunos programas para combatir este auténtico analfabetismo financiero. Por ejemplo, la representante del Ministerio de Economía, Industria y Comercio explicó que esa cartera impulsa una iniciativa de este tipo, desde la óptica de la defensa del consumidor. Pero en el momento en que ella exponía al respecto, en mi cabeza resonaba la pregunta: ¿Dónde está el Ministerio de Educación Pública? Porque debería ser evidente que, en muchos casos, para formar a personas adultas en esta disciplina ya es muy tarde.

Cuándo empezar. Ahora bien, estoy convencido de que la educación financiera en realidad debería iniciarse en el propio hogar, mucho antes incluso del momento en que un niño reciba por primera vez una mesada.

Jill Schlesinger, experta estadounidense en planificación financiera, menciona en su reciente libro "The Dumb Things Smart People Do with Their Money: Thirteen Ways to Right Your Financial Wrongs" ("Las cosas tontas que la gente inteligente hace con su dinero: trece maneras para corregir sus errores financieros"), que las investigaciones demuestran que los menores comienzan a formar hábitos financieros alrededor de los siete años.

Ella recomienda comenzar antes, entre los tres y los cinco años, mostrándoles los distintos tipos de monedas y billetes, así como explicándoles la diferencia entre las cosas que son gratuitas (como salir a jugar con sus amigos) y las que cuestan dinero (como un cono de helado).

Más adelante, se les debe explicar que para obtener ingresos es necesario esforzarse y que, para adquirir ciertas cosas, se necesita, además de tiempo y paciencia, postergar el afán de gratificación instantánea que la publicidad, las redes sociales e incluso alguna de la gente de su entorno pretende inculcarles.

Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con estas recomendaciones puntuales, pero está claro que existe un problema: ¿Cómo enseñar a los hijos lo que deben saber acerca del dinero si muchos padres de familia tampoco entienden correctamente cómo es el asunto y no practican hábitos sanos al respecto?

Materia obligatoria. Por esto, me parece igualmente apremiante que los centros de enseñanza, públicos y privados, conviertan la educación financiera en una materia tan obligatoria como las ciencias o la historia.

A mi juicio, un joven debería salir del colegio sabiendo cómo crear y ajustarse a un presupuesto, qué es y cómo funciona una cuenta bancaria, cómo manejar correctamente una tarjeta de crédito para evitar el endeudamiento innecesario, etcétera.

Y, por sobre todo, la repercusión de vivir conforme a sus ingresos, así como la relevancia de comenzar a ahorrar e invertir lo antes posible para mejorar su calidad de vida futura. Es urgente acabar con el analfabetismo financiero.

30 de septiembre de 2018

Tiempos de ajuste económico

Este artículo apareció en la sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación)


Son tiempos de ajuste económico, y no solamente para el gobierno, sino para todos. La realidad exige actuar en forma planificada e inteligente; tomar decisiones que protejan las finanzas personales y familiares.

Con ese espíritu, leí recientemente un libro corto, práctico y claro, titulado "You Need A Budget") ("Usted necesita un presupuesto"), donde el autor, el estadounidense Jesse Mecham, expone una metodología de administración financiera personal desarrollada por él, conocida como YNAB (por las siglas en inglés del título). Seguidamente haré una breve síntesis de este sistema, sin perjuicio de recomendar la lectura del libro completo, que está escrito para el público en general, empleando un lenguaje llano y acudiendo con frecuencia a experiencias de vida del propio autor.

El método YNAB está basado en cuatro reglas básicos, que procuraré exponer de forma adaptada al medio costarricense.

La primera se puede enunciar así: “Asígnele un trabajo a cada colón”. En esencia, este mandato implica preparar un presupuesto en el que todo –e, insisto, todo– su dinero disponible esté asignado a propósitos claros y específicos. Ello requiere efectuar un ejercicio concienzudo de definición de prioridades y distribución de montos.

El primer paso consiste en revisar sus estados de cuenta bancarios y otras reservas para precisar el monto exacto de dinero a su alcance. Luego, debe preparar una lista de gastos, comenzando por sus obligaciones impostergables (pago de servicios públicos, gastos de vivienda y alimentación, amortización de deudas, etc.), asignándoles las sumas que requieran.

Seguidamente, hay que prever el financiamiento de lo que Mecham llama “expensas reales” (que explicaré junto con la segunda regla). Después vendrán las metas a mediano y largo plazo (p.ej., compra de un vehículo, un viaje, etc.) y, finalmente, los gastos correspondientes a lo que podríamos denominar “estilo de vida” (salidas a comer, al cine y así por el estilo).

Este ejercicio se debe efectuar hasta que no quede un solo céntimo que no tenga un destino y, luego, hay que repetirlo cada vez que se reciban nuevos ingresos. De este modo, será posible orientar las decisiones de consumo futuro sobre el conocimiento de la disponibilidad real de recursos y evitar los gastos impulsivos e irresponsables.

Otros compromisos. La segunda regla es “anticipe sus expensas reales”. Este principio parte de tener claro que nuestros gastos –y, por ende, las asignaciones presupuestarias que debemos hacer– van más allá de aquellos que afrontamos quincena a quincena o mes a mes, para incluir también otros compromisos para los cuales debemos ir preparándonos con antelación. Por ejemplo, quienes posean un vehículo, deberán anticipar el ineludible pago de seguros y derechos de circulación a fin de año; los propietarios de inmuebles deben tener en cuenta los respectivos impuestos y servicios municipales, en forma trimestral; y así sucesivamente.

La idea es que, para todas estas erogaciones, se separe un monto regular, de manera que cuando llegue el momento de pagarlas se cuente con la suma completa. Lo mismo aplica para otras circunstancias imprevistas para las cuales se recomienda ir alimentando, hasta donde sea posible, una reserva de contingencia que permita minimizar el impacto de posibles sorpresas futuras.

En tercer lugar, “ajuste el rumbo”. El presupuesto no es un objeto estático e inflexible, debe enmendarse a medida que la cambiante realidad nos lo exija. Hacer modificaciones en el presupuesto no significa que uno se haya equivocado previamente, sino que tenemos la capacidad de adaptarnos a los desafíos que la vida siempre nos trae. Al igual que ocurre con la selección natural biológica, la supervivencia financiera depende de nuestra habilidad de adaptarnos al entorno y rectificar el curso en el momento necesario.

Ingresos adicionales. Finalmente, la cuarta regla es “añeje su dinero”. El método YNAB pregona la necesidad de romper el ciclo de “vivir de quincena en quincena” gastando el dinero a medida que se recibe o, peor aún, disponiendo anticipadamente de sumas que todavía no se han percibido, endeudándose por medio de préstamos o del uso de tarjetas de crédito.

De esta manera, la idea es poner en práctica toda oportunidad que se tenga para generar ingresos adicionales (p.ej., vender cosas innecesarias), así como aprovechar recursos extraordinarios (el aguinaldo, el salario escolar, quizás hasta algún premio de lotería) y reducir gastos para reforzar el presupuesto de modo que, idealmente, hacer los pagos del mes con dineros recibidos al menos un mes antes. De esta manera, en vez de tener un puñado de facturas esperando que llegue el dinero para pagarlas, se tenga un puñado de dinero esperando que lleguen las facturas.

Siguiendo en forma consistente y disciplinada estos cuatro mandamientos, el método YNAB promete ayudar a ordenar las finanzas, generar ahorro y, en última instancia, aliviar el estrés asociado a la inevitable necesidad de afrontar las obligaciones económicas que todos tenemos.

Ponerlos en práctica no será necesariamente fácil, pero ciertamente será menos difícil que afrontar esas necesidades por vías más dolorosas, como ahogarse en préstamos o afrontar elevados pagos de tarjetas. ¡Buena suerte!