31 de mayo de 2009

La madre de la invención

Esta es una versión mejorada del original que publiqué aquí hace unos pocos días. Apareció en la sección "Página Quince" de La Nación de hoy (ver publicación). Dedicado a Tatiana Lobo, quien me aportó la inspiración tanto para el original como para esta "versión 2.0".


Tengo entendido que Franz Kafka alguna vez señaló que hay dos pecados mortales de los cuales brotan todos los demás: la impaciencia y la pereza. Se comparta o no, es innegable que la pereza nunca ha disfrutado de particularmente buena reputación, al punto de que hay quienes llegan al extremo de decir que la pereza es la madre de todos los vicios (a lo cual se podría responder con las inmortales palabras del gato Garfield: "Será la madre de todos los vicios, ¡pero madre es madre y se le respeta!").

Hoy quiero proponer que la mala fama de que gozan (?) la pereza y el ocio en general no solo es infundada sino, además, profundamente injusta: en realidad, la pereza -y no la necesidad- es la madre de la invención.

Se cuenta que, en 1666, la peste asolaba Europa. Esto llevó a Isaac Newton a huir de Cambridge al campo a recluirse en la granja de su madre para eludir el contagio. Aburrido, sin nada mejor que hacer, se puso a pensar. El fruto de esa ociosa actividad fueron descubrimientos como la ley de la gravitación, las bases de la mecánica clásica, la formalización del método de fluxiones, el teorema del binomio y la naturaleza física de los colores. Desde entonces, la mecánica newtoniana describe el movimiento de los objetos muy grandes para ser gobernados por la mecánica cuántica, pero muy pequeños y lentos para regirse por los principios de la relatividad.

Hablando de relatividad, esa teoría nació con la publicación a inicios del siglo XX de los célebres artículos de Albert Einstein, que fueron escritos -como él mismo lo relataba- en los ratos de ocio que le daba su empleo en la oficina suiza de patentes, así como durante las noches de insomnio a que los sometía su bebé Hans a él y a su esposa.

Por si esos ejemplos no fueran suficientemente convincentes del poder creativo del ocio, agrego uno más: la informática -esa que lo domina casi todo en la actualidad- es ni más ni menos que hija de la pereza. Eso es así, porque la informática se basa en que uno de los mejores usos que podemos darle a las máquinas es ponerlas a hacer aquellas cosas que por complejas, repetitivas o tediosas, nos da pereza hacerlas nosotros mismos.

Hace años, cuando empezaba a trabajar en la Sala Constitucional, pensaba un día en que la redacción de toda sentencia judicial tiene su cierto lado repetitivo y tedioso, incluyendo no olvidar ciertos formalismos requeridos o detalles como escribir la hora y fecha del fallo con letras en vez de números. Dicho y hecho, me propuse crear un programa informático para automatizar lo más posible esos pasos, minimizando el tedio y la posibilidad de error, así como -de paso- liberando tiempo para lo que realmente interesa: pensar y, luego, resolver el caso. Así nació el "Generador de sentencias", un software que terminó siendo usado durante años para redactar casi todos los fallos de la Sala. Por eso sé que es cierto lo que dicen muchos más autorizados que yo: que, en informática, todo programador es por definición un gran perezoso y cuanto más perezoso, mejor programador será.

Tener que trabajar por necesidad, en vez de por gusto, es una verdadera lata. Parece que todo es culpa de Adán y Eva, quienes -luego de ciertos desafortunados sucesos que son del dominio público- tuvieron que seguirse ganando el pan con el sudor de la frente (ellos y, por razones incomprensibles, todos nosotros también). Bien decía Tatiana Lobo hace unos días, en un breve artículo que tuvo la gentileza de compartir, que "trabajo" viene del latín tripalium, un instrumento de tortura. Porque lo cierto es que cada minuto en que se deba trabajar por necesidad es un minuto que se roba al ocio creador y a todas esas otras cosas maravillosas que tiene la vida, como estudiar cosas nuevas, viajar, disfrutar del arte o de la compañía de familiares y amigos. Por eso tenía razón un profesor mío de Derecho laboral, quien decía que en la Constitución se le debería reconocer a todos "el sagrado derecho a la pereza"; de lo cual se desprende que, en último análisis, todo vago es en realidad un héroe de los derechos fundamentales.

La pereza, insisto, es la madre de la invención. Después de todo, ¿quién puede inventar algo bueno, si tiene que pasar todo el tiempo trabajando? Y no lo digo yo sino la mismísima Biblia, en Eclesiástico 38:24: "La sabiduría del literato crece con el tiempo libre; el que no está esclavizado por su trabajo podrá llegar a ser sabio" (a lo cual Adán, con justificada frustración, seguro respondería, "¿Entonces en qué quedamos?").

Así es que termino rescatando las palabras de Robert Heinlein, quien dijo: "No es cierto que el progreso lo hacen los madrugadores. Lo hace la gente perezosa que busca maneras más fáciles de hacer las cosas".

3 comentarios:

César B. dijo...

Magnífico artículo.

Marcelo dijo...

Genial!

Me sacó dos carcajadas muy pero muy de adentro.

Entonces, como dice el bebé: "A lo hecho... PECHO mami" voy a "palmarla" un rato.

Éxitos en sus negocios.

:)

Euterpe dijo...

Exacto!....Ayer precisamente un amigo me dijo en broma: Mañana jugamos lotería....quién sabe, talvez podríamos jubilarnos!!...Con ese pensamiento me fui a mi casa imaginando poder tener la libertad de "entretenerme" haciendo y deshaciendo, deleitarme curioseando en tantas maravillas arte o ciencia...sin preocuparme de que tengo que ser "productiva" para pagar las cuentas a fin de mes...Así que bien dicho: la madre de la invención...es el ocio.