Este artículo apareció en la sección "Página Quince" de La Nación de hoy (ver publicación)
¿Le ha pasado que, luego de notar que hay cierto objeto que no está en su lugar, después de algún tiempo deja de molestarle o de notarlo tanto? Pues bien, lo que ocurre es que el hábito crea invisibilidad. Eventualmente, su cerebro acaba por asimilar la anomalía y, en cierto modo, el desorden termina convirtiéndose en parte del orden normal de las cosas.
Esta peculiaridad neurológica tiene ventajas y desventajas. Puesto que la percepción de que algo no está en su lugar genera tensión y desasosiego, si no tuviéramos esa facultad de adaptación, la alarma interna no dejaría de sonar mientras no se solucione el problema. Como eso no siempre es posible, pasaríamos permanentemente angustiados, con el consiguiente desgaste emocional. Lo malo es que una vez que la alarma es acallada, la inercia tiende a tomar su lugar y puede pasar mucho tiempo antes de que se haga algo por resolver la situación, si es que no queda insoluta en forma permanente.
Lo que acabo de describir para las personas, por desgracia también puede afectar a organizaciones y sociedades enteras. El efecto pernicioso de este escenario es un enmudecimiento de las facultades críticas respecto de problemas que podrían revestir suma gravedad. Así, por ejemplo, prácticas flagrantes de corrupción pueden pasar, al cabo del tiempo, a convertirse en parte del paisaje. Las personas pueden acabar por tomarlas como cosa de rutina, lo cual es grave.
En lógica se describe una falacia del razonamiento que recibe el nombre de argumentum ad antiquitatem. Ocurre cuando se procura justificar alguna situación bajo el alegato de "siempre se ha hecho así". Si alguien -generalmente una persona que es nueva en la organización o entorno de que se trate- cuestiona algún procedimiento o pide que se le explique por qué algo se hace de un modo en particular, es frecuente que su interlocutor meramente se encoja de hombros y le responda algo como "La verdad es que no sé, pero siempre lo hemos hecho de esa forma".
En cierto modo, la falacia mencionada es el resultado de esa invisibilidad que produce lo habitual. Es posible que algo no ande bien, o se pueda hacer de un modo mejor, cosa que puede ser evidente para un recién llegado; pero para los demás no hay malo, especialmente para quien tendría el poder de decisión para hacer algo al respecto. La inercia, la pereza intelectual (o ambas cosas) han tomado posesión; las mentes se han insensibilizado a la existencia del problema o bien a la necesidad de introducir un cambio. El pensamiento crítico está suspendido.
Hay varias opciones para combatir esto. A veces es útil rotar a las personas para reducir la insensibilidad ante los problemas (aparte del tedio de estar haciendo siempre lo mismo). Pero eso no siempre es posible ni recomendable. En tales casos, es aconsejable buscar otras maneras de estimular las aptitudes de razonamiento crítico; eso que llaman "pensar fuera del cajón". Como fuere, el objetivo es entender que justificar algo bajo el simple argumento de que "siempre se ha hecho así", o "ese es el procedimiento establecido", resulta vacío e insatisfactorio.
Desde luego, es posible que sí exista una excelente razón por la que siempre se haya hecho algo de cierto modo. También es cierto que el cambio por el mero cambio es irracional y potencialmente más dañino (no en vano se habla también de la falacia -común en la publicidad comercial- de sostener que todo lo nuevo es necesariamente mejor: argumentum ad novitatem). Además, la estabilidad de las cosas en el tiempo tiende a crear tranquilidad y seguridad. Pero, en todos estos casos, lo crucial es tener claro el por qué de las cosas y el motivo por el cual podría ser más conveniente mantenerlas como están. Si esa razón no existe o ha perdido vigencia, quizás sea momento de reflexionar y hacer cambios. La idea, en definitiva, es reactivar el pensamiento crítico, que ayuda a volver visible lo que el hábito torna invisible.
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