
El 1º de julio de 1858 (es decir, hace 150 años), durante un encuentro de la Linnean Society de Londres, se dio lectura a unos breves manuscritos sobre una novedosa teoría científica, la evolución por selección natural, escritos separadamente por un tal Charles Darwin y su colega Alfred Russel Wallace. En el caso de Darwin, se trataba de un fragmento de un manuscrito de 1844, así como de una carta escrita el año anterior. El propósito de la reunión era el de establecer que aun cuando ambos científicos habían arribado por aparte a la misma teoría (por lo que Wallace merece también los honores respectivos), lo cierto es que Darwin lo había hecho primero.
El encuentro -por lo pronto- no tuvo grandes repercusiones, al punto de que, en un informe posterior, Thomas Bell, el Presidente de la Linnean Society afirmó que, en su opinión, ese año había concluido sin que se hubiese dado a conocer ningún descubrimiento científico particularmente importante. La historia demuestra que estaba completamente equivocado.
Transcurrió algo más de un año, hasta que el 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó uno de los libros que más profundamente han marcado el pensamiento posterior, tanto en el campo científico como en múltiples otras áreas del quehacer humano. Me refiero, desde luego, a "Acerca del origen de las especies por selección natural", que, por primera vez, expuso el mecanismo biológico en virtud del cual se explica -de modo simple y elegante- la inmensa diversidad que presentan los seres vivos en el mundo. Quizás de modo aun más importante, esta obra transformó completamente nuestra visión de nosotros mismos, dando paso a la idea de que los seres humanos no aparecimos mágica o milagrosamente sobre la Tierra, en nuestra forma actual, sino que somos el resultado del mismo lento proceso evolutivo que, a través de millones de años, ha hecho que especies aparezcan y desaparezcan, vinculándonos con el resto de los seres vivos en un árbol familiar, del cual tan solo ocupamos una rama específica.
Esa es la que pensadores y filósofos han dado en llamar "la peligrosa idea de Darwin". Peligrosa, porque así como había ocurrido también siglos antes en el terreno de la astronomía con las teorías de Copérnico y Galileo, las ideas que Darwin dio a conocer suponían un desafío directo al dogma religioso imperante en la época acerca del origen de la diversidad biológica. Actualmente, la teoría de la evolución por selección natural constituye, sin lugar a dudas, la piedra angular de la biología y uno de los principios más influyentes en otras áreas del conocimiento humano.
El 1 de julio marca, entonces, el inicio de una serie de celebraciones y actividades científicas y culturales que tendrán lugar alrededor del mundo para marcar no solo los 150 años de las mencionadas efemérides, sino también el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, que tendrá lugar el 12 de febrero del año entrante. La página darwin-online.org.uk/2009.html es una de muchas referencias que se puede consultar en Internet para estar al tanto de dichos eventos.
En Costa Rica, espero que el Ministerio de Ciencia y Tecnología, el Ministerio de Educación, la Academia Nacional de Ciencias, las universidades y otras entidades públicas y privadas se sumen a las festividades, aprovechando la ocasión para contribuir a la divulgación y comprensión popular de "la peligrosa idea", uno de los hitos científicos e intelectuales más importantes de todos los tiempos.
Nota posterior: este artículo provocó un interesante debate en las páginas de La Nación.