La experiencia que deja la segunda vuelta de los comicios presidenciales en Costa Rica es típica de lo que sucede en otros medios con sistemas electorales como el nuestro.
Una ciudadanía cansada con la intensa y agresiva lucha política de la primera ronda debe tolerar dos meses más de lo mismo. Las dirigencias partidarias, desalentadas por no haber ganado la primera vez y frente al dilema de lo que podría pasar en la segunda, deben reunir energías para acometer la nueva etapa. Los partidos y el Tribunal Supremo de Elecciones deben presupuestar y gastar millones para preparar el proceso definitorio. El abstencionismo crece y, al final, los vencedores –que ganan con solo un mínimo porcentaje del total de electores– cuentan con menos tiempo para adoptar las decisiones que preceden a la toma de posesión de sus cargos.
Ante el ascenso de una tercera fuerza política -significativa, pero no tanto como para conquistar el poder- habrá quienes creen que el efecto que esta tuvo al final fue solo el de aguar la fiesta a los mayoritarios, en particular al que obtuvo el segundo lugar en la primera ronda. Y no es para extrañarse: lo mismo le ocurrió en EE.UU. a los demócratas de Gore respecto a la tercera opción representada por Nader.
Desaliento y abstencionismo. Por otro lado, quienes con todo derecho apoyan a alguna de las candidaturas minoritarias en la primera etapa, al final quedan con la impresión de que su voto cuenta poco o nada en la definición del rumbo político del país, lo cual produce más desaliento y abstencionismo.
Está claro, por ende, que el sistema de primera y segunda vuelta tiende a dejar más sinsabores que satisfacciones cuando se presentan a la contienda más de dos opciones fuertes. Y puesto que el proceso democrático debería fomentar la participación política en vez de lo contrario, bien podríamos postular la tesis de que el sistema actual debilita a la democracia más de lo que la fortalece.
Con base en estas reflexiones, múltiples estudiosos del tema electoral vienen proponiendo una nueva mecánica de sufragio que contrarreste estas debilidades, llamada elecciones con resolución instantánea ("instant runoff voting" o "ERI"), sugerida primero por un profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts. El método se usa ya en Irlanda y se empleará en las próximas elecciones municipales en San Francisco, California. Otros ordenamientos podrían adoptar este sistema a corto o mediano plazo.
Orden de preferencias. La idea, aplicada a nuestro medio, se resume así: en vez de votar por una única nómina presidencial como ahora, el elector asigna en la papeleta un orden de preferencia a las distintas candidaturas (1 para su favorito, 2 para su segunda opción, 3 para la siguiente y así sucesivamente). Al contabilizar los votos, el TSE computa todas las opciones número 1, de la manera usual. Si una de las nóminas obtiene el 40% o más de los votos válidos, gana las elecciones y el proceso concluye allí.
Pero lo novedoso ocurrirá si nadie obtiene la indicada mayoría: se desecha la candidatura que obtuvo menos opciones 1 y sus votos se añaden a las segundas alternativas escogidas por esos votantes que queden. Se computa nuevamente el total y, si es necesario, se repite el proceso hasta que un partido logre el necesario porcentaje y triunfe.
Las ERI no solo garantizan un ganador sino, además, que este contará con apoyo mayoritario real y, con ello, indudable legitimidad. Al descartar la segunda ronda, se ahorran dinero y energías. El elector minoritario sentirá que, aunque su favorito no gane, su voto sí contó para la definición y no se malgastó. Los partidos realizarían campañas políticas más sanas, sabiendo que deben cortejar no solo los votos de primera opción de sus seguidores sino también los segundos de los demás.
Aunque es obvio que habría que regular con cuidado los detalles y que se precisaría de las consiguientes reformas constitucionales y legales, las ERI se presentan como una opción ideal para depurar y profundizar el proceso democrático en el país.
Nota posterior del autor: Para mayores detalles sobre las ERI, vea también aquí.
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