Hoy hace 194 años nació Charles Darwin, quien poseyó una de las mentes más brillantes de la historia y cuyas investigaciones y teorías han tenido uno de los impactos más perdurables.
Darwin nació en Shrewsbury, Inglaterra. A los 22 años, aceptó servir como naturalista a bordo del H.M.S. Beagle, que partió en diciembre de 1831 para una expedición científica de 5 años por la costa pacífica de Sudamérica. Sus observaciones durante el viaje sirvieron de base para la publicación en 1859 de su obra más famosa, "Acerca del origen de las especies por medio de la selección natural".
A mediados del siglo XIX, la concepción dominante en Occidente sobre el origen de la vida provenía de una interpretación literal del relato bíblico, según el cual los seres humanos habríamos sido creados como somos ahora, hace algunos miles de años como máximo y casi al mismo tiempo en que lo habrían sido también las demás especies animales y vegetales.
Evolucionismo. La teoría de Darwin parte de que, por el contrario, las especies evolucionan lentamente, a partir de mutaciones y cambios provocados por el entorno, que alteran -para bien o para mal- la capacidad de supervivencia y de reproducción. Si los cambios son desfavorables, el futuro albergará la muerte. Pero si son favorables, el individuo tendrá una mejor probabilidad de sobrevivir y reproducirse, transmitiendo esas adaptaciones a sus descendientes. Transcurrido un tiempo suficiente extenso, los cambios cuantitativos se truecan en transformaciones cualitativas y al surgimiento de especies nuevas.
En el enfoque darwiniano, la vida en la Tierra tendría no miles sino miles de millones de años de existencia. Además, las formas de vida contemporáneas (incluyendo la humana) no habrían aparecido súbitamente sino como fruto de un proceso -no milagroso, pero no por eso menos maravilloso- de transformaciones paulatinas a partir de especies antecesoras.
Antecesor común. Casi siglo y medio después de la publicación del libro de Darwin, la evidencia se ha acumulado, confirmando sus hipótesis. En lo que a los humanos se refiere, el moderno análisis de ADN revela que compartimos hasta un 98% de nuestros genes con otras especies de la orden de los primates, lo cual apunta claramente a la existencia de un antecesor común. La evolución misma es comprobable, de modo dramático, en el mundo de virus como los de la gripe y el VIH: cuando mutan y, como resultado de ello, logran resistir la acción de un medicamento, sobreviven y transmiten esa cualidad a sus sucesores, que se replicarán dando al traste con las terapias establecidas.
Paradójicamente, hoy se habla de cómo los seres humanos hemos sido capaces de alterar e incluso de detener el proceso de la selección natural. Nuestros estándares de salud aseguran la supervivencia, o al menos la prolongación de la vida, incluso de quienes padezcan enfermedades o discapacidades que siglos atrás habrían conducido a una muerte segura. La mayoría de nosotros coincidiremos en que eso es bueno y Darwin probablemente no lo negaría tampoco, ya que su teoría de la evolución solo ofrece una explicación para un proceso natural, sin extraer conclusiones éticas o morales de él.
Maravilla y angustia. Pero a lo que voy es a destacar que este hecho no deja de ser maravilloso y angustioso a la vez, precisamente en el campo ético, porque reafirma que nuestro futuro está cada día más en nuestras propias manos y no en la selección natural. En tiempos en que corren aires de guerra y que se discute de temas como la clonación, estamos ante un dilema moral que solo a nosotros mismos incumbe resolver. Aunque nunca lleguemos a tener todas las respuestas ni podamos prever o superar todos los obstáculos que podamos afrontar, está cada vez más claro que el mañana será lo que decidamos hacer de él. La elección es nuestra y la responsabilidad también.
Charles Darwin murió el 19 de abril de 1882. Sus restos descansan en la abadía de Westminster, cerca de los de otro genio, Isaac Newton.
No hay comentarios:
Publicar un comentario