El psicólogo B.F. Skinner una vez dijo que educación es aquello que queda una vez que lo aprendido se ha olvidado
. Vale la pena reflexionar sobre esa idea, porque en ella no solo reside una gran verdad, sino, además, la clave para evaluar nuestra educación.
En efecto, un gran porcentaje de lo que aprendemos en las aulas es eventualmente relegado al olvido. Aunque en su momento hayamos dominado la solución de ecuaciones trinomias, o recitado sin falta las constituciones políticas del país, lo cierto es que si no se trata de conocimientos que debamos seguir empleando más adelante, llega un momento en que estos se nublan y, con suerte, solo retenemos una vaga noción de qué diantre era una ecuación trinomia.
¿Valió la pena memorizar esos conceptos? ¿Cuánto del tiempo que pasamos en las aulas es provechoso y cuánto es solo tiempo perdido? Supongo que no hay ninguna fórmula mágica que nos permita saberlo y, además, que la respuesta es diferente para cada quien, porque no todos aprendemos lo mismo y no todos aprendemos igual.
Toda la vida. Aprender es adquirir conocimiento y desarrollar nuevas conductas. Y aunque es común pensar en ello como algo que sucede solo en las escuelas, lo cierto es que mucho tiene lugar antes, fuera y después de las aulas. Aprendemos durante toda la vida.
En los animales, el aprendizaje es clave para la supervivencia. En las personas, la educación llena un propósito adicional: permitir que nos ubiquemos en el contexto que nos rodea y buscar y obtener respuestas para preguntas que los animales no se hacen, pues -hasta donde se sabe- es propio solamente de la especie humana reflexionar sobre sí y sobre el universo en que vive.
En los niños existe una disposición natural al aprendizaje, una curiosidad innata y un sentido del asombro insaciable. Ellos ingresan en la educación formal con ganas e ilusión, generalmente tan solo para tropezar poco después con todo ese esquema tradicional que termina por matarles el entusiasmo y por transformar el gusto por el aprendizaje en una carga odiosa. Por dicha, el espíritu de algunos es indomable y logran sobrevivir a la experiencia con solo algunos raspones. Yo nunca permití que la escuela interfiriera con mi educación
, decía -entre serio y jocoso- Mark Twain. Pero otros quedan para siempre marcados y, con el tiempo, no solo olvidan lo aprendido, sino que les queda poca o ninguna educación real.
Debería haber una fase de educación común y otra de educación individual. Las tareas básicas de la primera se resumirían en dos: enseñar a aprender y enseñar a convivir.
Herramientas esenciales. Enseñar a aprender significa dotar al intelecto de las herramientas esenciales para impulsar a la persona hacia una vida dispuesta al aprendizaje. Aparte de las aptitudes y conocimientos básicos, implica desarrollar el sentido crítico y el afán por la investigación, para liberar la razón de ataduras y que la educación no sea un proceso pasivo de absorción de datos sin cuestionamiento alguno. Formar personas críticas las inmuniza contra el engaño y los prejuicios, al dotarlas de lo que Carl Sagan llamaba el equipo de detección de atolillo con el dedo
.
Enseñar a convivir significa educar en el respeto, la tolerancia y la solidaridad, sin las que no se puede coexistir en un mundo de gente con personalidades, ilusiones, intereses, necesidades y culturas diferentes.
Una vez inculcadas esas habilidades básicas (que se aprenden pero nunca se olvidan y, por ende, educan realmente), la persona sería expuesta al vasto mundo de los conocimientos, las ciencias y las artes, los oficios y técnicas, para que cada cual elija el camino que lo llene y lo conduzca a la felicidad.
No soy experto en educación, así es que lo dicho hasta aquí probablemente pinte solo un cuadro parcial de lo que, sin duda, es un tema complejo. Pero eso cedo la palabra a quienes sepan realmente de esto y a quienes tengan el poder y la voluntad de hacer algo al respecto.
Que tengan todas y todos muy feliz Año Nuevo.
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