Este artículo apareció en la sección Página Quince de La Nación de hoy (ver publicación)
“Los confines más oscuros del infierno están reservados para aquéllos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”.
Hacia el final de su reciente novela, “Inferno”, el escritor Dan Brown nos recuerda una de las más ominosas advertencias de “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, contenida en la frase citada arriba. En ella, el célebre autor florentino dirige sus dardos contra quienes, en momentos y situaciones en que fuere moralmente imperativo tomar partido, inexcusablemente se abstengan de hacerlo. Es decir, se trata de aquéllos que, en vez de decidirse y proceder de acuerdo con sus convicciones y lo que se espera o exige de ellos en el momento, optan más bien por la vía fácil de la inacción, que en estos casos significa pusilanimidad o, más claro aún, cobardía. La gravedad de esa actitud –que a primera vista pareciera puramente pasiva– radica en que en ella en realidad va implícita una conducta activa, la traición: traición a los principios, traición a uno mismo, traición al otro, traición a la humanidad, etc.
“El tejido social de todo pueblo está construido a partir de lazos de solidaridad. Sin estos, aquel se rasga: no hay paz con hambre; no hay paz sin solidaridad social”, señalé desde estas mismas páginas hace unos años (La Nación, 8/1/2009). Quien se declara neutral, cuando se precisa tomar partido, con su omisión rasga el tejido social, socavando las bases de la convivencia en comunidad, pues le falla a quienes tendrían derecho a esperar de él o ella su inequívoco apoyo. Desmond Tutu sintetizó así, con absoluta claridad, cuál es el quid de la cuestión: “Quien se declara neutral ante situaciones de injusticia, en realidad ha elegido el bando del opresor”.
De la sobrecogedora frase de Dante se deduce que es peor ser neutral, que elegir de buena fe una causa que posteriormente demuestre ser equivocada. Quienes hayan obrado de esta última forma al menos se hacen acreedores de alguna medida de simpatía y misericordia, derivada de la comprensión de que todos somos falibles y tenemos derecho a equivocarnos.
Es preciso aclarar que la neutralidad no es per se negativa o indeseable. O, lo que es lo mismo, que hay circunstancias en las cuales resulta justificada, específicamente cuando abstenerse no comporte rehuir una responsabilidad moral. Son los casos en que no estamos ante flaqueza sino imparcialidad, que es algo completamente distinto. Por ejemplo, un padre o madre que se mantiene neutral frente a sus hijos, evitando actitudes de favoritismo injusto. La clase de neutralidad que mereció el desprecio de Dante es más bien aquella que implica abjurar del deber de elegir bando cuando sea humanamente imposible cerrar los ojos y dejar de hacerlo, por temor o conveniencia personal. Bajo estos supuestos, pudiendo elegir lo correcto (repito, indistintamente de que más adelante se adquiera la convicción de que la decisión, no intencionalmente, fue errónea), se escoge más bien no elegir, sin ninguna razón justificable para ello. Popularmente se describe a una persona así como “paños tibios”, expresión que lleva un evidente tono despectivo.
Lo que no necesariamente está claro para algunos es que, frente a una crisis moral, quedarse callado o escudarse en un falso sentido de la obediencia debida para no actuar, viene siendo tan indefensible como adoptar una medrosa neutralidad. La cuestión es la misma: negarse a tomar partido y no hacer lo que se debe. En Nuremberg, generales nazis descubrieron que la obediencia no vale como excusa frente a los crímenes de lesa humanidad.
Ahora bien, contrario a lo que se podría creer, las crisis morales no son necesariamente circunstancias inusuales o elusivas y, por eso, en realidad son múltiples los momentos en que debemos actuar y muchas las formas por las que podemos hacerlo. Por ejemplo, el docente que lucha contra el cansancio, la frustración y los recursos limitados, sin rendirse, lo hace porque sabe que la ignorancia es una crisis moral. El personal médico y de enfermería que lo da todo por sus pacientes, lo hace bajo la convicción de que el sufrimiento es una crisis moral. Las y los trabajadores sociales y voluntarios que salen a las calles a dar un poco de alimento y aliento a los desposeídos no son neutrales, porque los mueve el espíritu de luchar contra el abandono, que es una crisis moral.
Quienes tenemos el alto honor de ser jueces y juezas también tomamos nuestro lugar en la trinchera, porque la injusticia es una crisis moral. Hacerlo está muy lejos de ser cosa fácil, porque para nosotros, la imparcialidad no implica que no tengamos que terminar tomando partido en cada caso que resolvemos, a favor de quien tenga la razón y el derecho de su lado. Ello exige la valentía necesaria para dictar sentencias que puedan resultar impopulares o lesionar poderosos intereses. Pero también exige grandes dosis de madurez y autocontención, para no abusar del poder que tenemos e invadir terrenos en los que no debamos incursionar. Es un delicado balance que representa una gran responsabilidad, pero que al mismo tiempo dota de una enorme nobleza a nuestro magisterio.
A las puertas de un nuevo proceso electoral en nuestro país, cabría preguntarse en qué medida optar por el abstencionismo –es decir, elegir no participar en la definición de los rumbos nacionales– pueda ser o no una forma de inexcusable neutralidad. Martin Luther King, a quien se recuerda con especial intensidad en estas fechas, dijo: “La historia tendrá que registrar que la mayor tragedia de este período de transición social no fue el estridente clamor de los malos, sino en el inconcebible silencio de los buenos”. Dejo la tarea de reflexionar al respecto a quienes pueden desarrollar el tema con mayor propiedad que yo.