Este artículo apareció hoy en la sección Página Quince de La Nación (ver publicación)
¿Dónde estaba usted ayer, cuando se acabó el mundo? ¿Qué estaba haciendo?
Quizás, como tantas otras personas, andaba en las carreras que son usuales en esta época del año. Si iba a salir de vacaciones, había que dejar las cosas listas y todo en orden en el trabajo. Tal vez había que hacer algunas compras. Posiblemente tenía alguna fiesta o evento social de fin de año. En fin, seguramente andaba en esas cuestiones en las que seguramente no habría perdido el tiempo de haber sabido que el mundo se iba a acabar ayer.
Ah, ¿que no se acabó el mundo? Entonces tal vez usted sea una de esas personas que afirmaban que lo que sucedería ayer, más bien, era que comenzaría una nueva era de paz y armonía, en la que por fin se terminarían la violencia, la pobreza, la guerra y la discriminación. Si es así, seguro lo primero que habrá pensado cuando se asomó a la calle esta mañana es que este nuevo mundo feliz se parece sospechosamente al de ayer. Debe haber pensado: “Aquí algo no anda bien. ¿Dónde está ese mundo ideal de que me hablaron? Yo veo las mismas calles, con las mismas presas de tránsito y los mismos huecos.”
Así es que, en resumen, no se terminó el mundo (por suerte), pero tampoco se transformó mágicamente en un paraíso terrenal. Y ahora ¿qué? Pues la buena noticia es que aún podemos convertirlo en algo mucho mejor. El problema es que aunque muchos quisieran que haya un nuevo mundo, quieren que llegue sin tener que mover un dedo para lograrlo. Que el problema lo resuelvan los mayas o los extraterrestres o quien sea. Que algo suceda que por fin venga a darle un sentido a nuestra existencia.
Pero, en realidad, como decía alguien, el sentido de la vida consiste en darle a la vida un sentido. Y por eso tendremos que comenzar por reconocer que, si queremos un mundo feliz, la responsabilidad de construirlo será exclusivamente nuestra. Eso suena como a algo muy grande, pero no tiene por qué serlo. Las grandes obras de ingeniería se construyen un ladrillo a la vez y hay mil pequeñas cosas que cada uno puede hacer para poner de su parte.
Comience por cambiar usted mismo. Después de todo, como opinaba Aldous Huxley, es es lo único que podemos estar seguros de poder cambiar. Y una de las mejores maneras de cambiarnos nosotros mismos es por medio de un compromiso de servicio a la comunidad. Así pues, que el próximo año sea una oportunidad propicia para dedicar más de nuestro tiempo y energías a la superación de nuestra convivencia común.
Hay múltiples formas de hacerlo. Si no cree poder comprometerse a fondo, al menos busque y aproveche las numerosas oportunidades que el día a día ofrece para mejorar, aunque sea un poco, la vida de otras personas. Múltiples autores de libros y ensayos sobre auto superación recomiendan poner en práctica un experimento interesante y sencillo: de vez en cuando, procure hacer algo amable e inesperado, de manera anónima, por alguien desconocido. Use su imaginación; las posibilidades son innumerables. Lo importante es hacerlo sin esperar reconocimiento ni nada a cambio.
Y si prefiere aportar de una manera más tangible, las opciones también sobran. Por ejemplo, hágase donador regular de sangre o destine algo de su tiempo a labores de voluntariado. Ni siquiera tiene que empeñarse demasiado: usted incluso puede convertirse en un héroe o en una heroína con tan solo su tarjeta de crédito, aportando regularmente por medio de cargo automático a favor de alguna organización benéfica (por ejemplo, a Aldeas Infantiles SOS).
Ello puede ser suficiente para devolverle a alguien más la promesa de un mañana verdaderamente mejor.
Tenga por seguro que pronto vendrá algún nuevo loco o locos prediciendo el inminente fin del mundo. Eso pareciera una parte inevitable de nuestra cultura. Pero, como dice una canción del grupo Rush, la gente que tiene esperanza depende de un mundo sin fin, no importa lo que diga la gente que no la tiene.
Que tengan un feliz año nuevo 2013.-
1 comentario:
Magnífico comentario
Publicar un comentario