Este artículo apareció en la sección "Página Quince" de La Nación de hoy (ver publicación)
Viniendo hacia Curridabat por la pista de Cartago, se pasa bajo un puente que conecta Pinares con Lomas de Ayarco. A un costado de éste hay unas grandes mayúsculas blancas que proclaman: “Última llamada, alerta, Cristo viene” Cada vez que veo el rótulo, me pregunto cuánto tiempo tiene de pintada la ominosa advertencia. Me atrevo a asegurar que esa “última llamada” tiene no menos de diez años.
La única diferencia que hay entre ese rótulo y las predicciones apocalípticas del estadounidense Harold Camping es que éste le puso fecha precisa al evento: 21 de mayo, día en que –según él– debió producirse el “rapto” al que alude 1 Tesalonicenses 4:15-17, dando inicio al período de “la gran tribulación” y, eventualmente, al fin del mundo el próximo 21 de octubre. Para ello, Camping hizo cálculos basados en varios versículos de la Biblia. En realidad, no es la primera vez que lo hace, pues ya antes había pronosticado lo mismo, solo que para el año 1994.
Tampoco es el primero en aventurarse a profetizar el fin de los tiempos. Leí que los campeones de eso son los Testigos de Jehová, quienes han fijado nada menos que 13 fechas distintas a partir del año 1874. Para todos ellos (y, me atrevo a pronosticar yo también, desde ahora, con respecto a quienes afirman las “profecías mayas” del 2012), que el gran momento finalmente llegue y pase, sin evento, debería ser cosa bastante embarazosa; pero, increíblemente, siempre logran encontrar algún tipo de excusa y no tardan en anunciar un nuevo cálculo (por su parte, Camping –impenitente– asegura que el juicio divino sí ocurrió, solo que “espiritualmente”; lo cual es muy astuto, porque es buena justificación para dar a cualquiera que reclame la devolución de parte de los millones de dólares que se comenta que su organización recaudó en donativos previos al 21 de mayo).
Frente a las predicciones de Camping y las de otros como él, quienes se consideran verdaderos creyentes suelen responder que atreverse a poner fechas es inútil, pues “nadie conoce la hora ni la fecha, solo el Padre”. Al igual que el pintor o pintores del puente de Curridabat, la diferencia entre unos y otros no está en si el juicio final vendrá o no, sino únicamente en si se puede o no anticipar cuándo. Pero no les preocupa que la fuente de su creencia y la de los pronósticos de Camping es justamente el mismo libro. Ni que las pruebas fehacientes que lo respaldan son, en ambos casos, las mismas: ninguna. O que, con harta frecuencia, estas predicciones sean utilizadas con un claro propósito: manipular por medio del miedo. Y vender.
Claro está, sabemos que, tarde o temprano, el mundo en realidad sí se va a acabar. Si no lo logramos nosotros primero con nuestros propios actos u omisiones, hay multitud de escenarios naturales de donde elegir: desde impactos cataclísmicos de asteroides errantes hasta el agotamiento del combustible nuclear del Sol en unos cinco mil millones de años (la esperanza es que, para entonces, los humanos –o los robots que heredarán nuestra conciencia, según Kurzweil– habrán migrado hacia otros mundos).
Mucho más realista es tener presente que, para cualquiera de nosotros, cualquier día bien puede ser el último, aunque no lo sea para el resto. De allí la importancia de tratar de vivir cada día a plenitud, procurando dejar un mundo mejor para los que vienen detrás e intentando actuar conforme a la única religión en la que todos podríamos coincidir: la de hacer el bien (Tomás Paine).
Por su parte, a quienes gusta pasarse el tiempo pronosticando el inminente fin de los tiempos, podemos dedicarles las palabras de otro famoso “filósofo”: Charles M. Schulz, creador de las tiras cómicas del inolvidable Snoopy, quien una vez dijo, “No te preocupes mucho de que el mundo se vaya a acabar hoy. Recuerda que en Australia ya es mañana.”
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