El 25/12/09 apareció en esta misma sección un comentario de don Thelmo Vargas titulado “Panamá y el canal”, mientras que el día 29 siguiente, La Nación dedicó también a ese hermano país su opinión editorial. Y quiso la casualidad que justamente entre esas dos fechas tuve el agrado de disfrutar con mi familia de unos días de descanso en la capital panameña, donde pudimos experimentar in situ lo expresado en esas publicaciones.
Desde antes de llegar al aeropuerto internacional de Tocumen, lo primero que salta a la vista es el moderno perfil de Ciudad Panamá, donde los rascacielos compiten unos con otros por la supremacía en altura y diseño. Esto respalda la afirmación de don Thelmo de que “Panamá es hoy el país del istmo de mayor crecimiento económico”, impulsado por esa grandiosa obra de ingeniería que es el Canal. Ya en tierra, a la sombra de los edificios, es posible identificar otros rasgos propios de una urbe pujante, incluyendo la nueva “cinta costera” con sus parques y marina, así como el recién inaugurado viaducto. Por el lado de Amador, sobresalen la bella iluminación nocturna del Puente de las Américas y el llamado “causeway”, con la animada vida nocturna de las islas que éste conecta.
Pero la gran pregunta es: detrás de esta glamorosa fachada, ¿cuál es la vivencia diaria del panameño promedio? Para intentar contestarla, optamos por entrevistar a diversos “representantes populares”; concretamente, preguntamos a cada uno de los taxistas con quienes nos movilizamos de un sitio a otro (a precios muy razonables, por cierto).
Mientras señalaban algunas zonas de la ciudad que conviene evitar, el criterio de muchos de los taxistas fue que aunque a los panameños no los ha golpeado tanto la crisis económica mundial, se vivía mejor “en tiempos de los americanos”, comentario que nos sorprendió. En efecto, dicen que en ese entonces había más empleos y éstos eran mejor remunerados, aparte de que las cosas se manejaban con más transparencia. Ahora, nos dijeron varios, se habla de serios problemas de corrupción y tráfico de influencias, que marchan de la mano de un influjo de capitales extranjeros no necesariamente bien habidos (de hecho, precisamente el 29/12/09 se anunció en los medios el inicio de una investigación contra un expresidente panameño por sospechas de lavado de dinero).
En general, priva entre los panameños un sentimiento de legítimo orgullo por la recuperación de la soberanía sobre el Canal y la antigua “zona americana”, a la que antes no podían ingresar. Pero, al mismo tiempo, también persiste un cierto grado de resentimiento y recelo hacia los EE.UU., derivados del recuerdo de la invasión del 20/12/89 y de los caídos en esa refriega, cuyo número exacto –se dice– no se conoce aun. Además, dígase lo que se quiera sobre las ventajas de la dolarización, mi impresión es que cada billete verde representa para muchos ciudadanos del hermano país un símbolo de subyugación y de pérdida de identidad.
Una cosa nos quedó clarísima: la legendaria fama de amabilidad y afabilidad de los panameños es completamente verídica y bien ganada. Como símbolo de ello guardo el recuerdo de un humilde mensajero en motocicleta al que preguntamos una dirección y quien no solo nos la brindó con todo detalle sino que, además, aprovechó para darnos una cálida bienvenida a su país.
Como decía el editorial de La Nación, Panamá es hoy “un país que, aun con evidentes problemas, contradicciones y desafíos, ha sido capaz de consolidar un régimen democrático respetuoso de las libertades civiles, y ha logrado desarrollar con enorme éxito la gestión de una vía esencial para el comercio internacional, ahora en proceso de ampliación”. El canal es como el petróleo de Panamá y su pueblo merece que sus beneficios lleguen al mayor número.
Coincido, finalmente, en que Costa Rica y Panamá son países vinculados no solo por la geografía, sino además por la historia y por intereses comunes. Claramente, a ambos conviene fortalecer y cuidar los lazos mutuos.
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