El paso del siglo XX al XXI ha evidenciado un fenómeno notable: mientras que en los países europeos más desarrollados, el índice de religiosidad de la población muestra una tendencia a la baja, en otras naciones ricas -especialmente en Estados Unidos- la curva se presenta a la inversa. En ese país, la influencia de la llamada “derecha religiosa” es cada vez más notoria en los círculos de gobierno, pero el avance del proceso electoral muestra también a los candidatos demócratas, tradicionalmente más liberales, dispuestos a esgrimir el factor religioso como elemento proselitista. Esto ha traído una erosión del muro divisor entre Estado e Iglesia, erigido por los fundadores (impulsados por el pensamiento de Paine, Jefferson y Madison), al punto de que la definición de muchas de las políticas públicas en ese país se ven influenciadas por el criterio de los principales líderes religiosos y por el credo manifiesto de muchos políticos, comenzando por el propio Presidente Bush.
Pero toda acción genera una reacción en sentido opuesto. Algunos estudios indican que al menos un 10% de la población estadounidense se considera aconfesional, cuando no abiertamente atea. Y muchas de esas personas no parecen estar dispuestas a seguir de brazos cruzados ante lo que sucede.
El impacto de este movimiento se ha manifestado de diversos modos. Uno de sus hitos se produjo en el 2005, cuando un grupo de padres de familia llevó a los tribunales a la junta de educación de Dover, Pennsylvania, debido a su insistencia de que el llamado “diseño inteligente” fuese enseñado en las escuelas como una alternativa científica a la teoría darwiniana de la evolución. El fallo dictado en diciembre de ese año declaró que, efectivamente, dicha doctrina no constituye más que una versión camuflada del creacionismo bíblico y que, por ende, su enseñanza en las escuelas públicas viola la separación constitucional entre Estado e Iglesia.
Últimamente, la reacción se ha hecho sentir más bien en las librerías. Cuatro autores en particular han visto convertidos sus más recientes libros en sorpresivos “best sellers”. En ellos, libran un ataque frontal contra el extremismo religioso, evidenciado tanto en EE.UU. como en otras regiones del mundo, particularmente por las tres grandes religiones abrahamánicas: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Pero tampoco exoneran de responsabilidad, en menor grado claro, a quienes -a pesar de sus creencias más moderadas- también propician la noción de que una fe irracional e intolerante puede justificar ciertas lamentables acciones.
Sam Harris publicó el año pasado su “Carta a una nación cristiana”, un libro corto pero directo a la yugular. Christopher Hitchens le siguió con “Dios no es grande: cómo la religión lo contamina todo”, obra cuyo título no deja lugar a dudas. Por su parte, el físico Victor Stenger publicó a inicios de este año el libro “Dios: la hipótesis fallida; cómo la ciencia demuestra que Dios no existe”.
Pero, sin duda, el peso pesado del cuarteto lo constituye “The God Delusion” (“El engaño de Dios”), del biólogo de la universidad inglesa de Oxford, Richard Dawkins. Publicado en el 2006, ascendió rápidamente en la lista de libros del New York Times y ocupó la portada de la revista TIME. En la actualidad ocupa el primer lugar de la categoría de religión en Amazon.com, superando (junto con la obra de Hitchens) incluso al libro “Jesús de Nazareth”, del mismísimo Papa Benedicto XVI.
Desconozco si alguno de estos libros está disponible en el país o en idioma español. Sin embargo, me parece sugerente una de las ideas plasmadas por Dawkins: que no existe mérito alguno para otorgar a las organizaciones religiosas un estatus social o jurídico privilegiado. En momentos en que nuestra Asamblea Legislativa discute un proyecto para exonerar de impuestos a todas esas entidades, quizás resulte oportuno darle pensamiento a las razones que ofrecen los citados autores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario