Introducción
Se llama informática jurídica decisional a aquel segmento de la informática jurídica de gestión que busca incorporar la intensa investigación que se desarrolla actualmente en torno a la aplicación de medios computacionales a la resolución automatizada de asuntos, especialmente a aquellos de carácter simple o repetitivo. En otras palabras, explora la viabilidad de aplicar al derecho los avances de esa compleja área de estudio que es la inteligencia artificial.
En su sentido más amplio, la frase "inteligencia artificial" (IA) alude a la posibilidad de que una máquina pueda simular los procesos de razonamiento que caracterizan al cerebro humano. "Simular" es aquí la palabra clave. En efecto, la verdadera inteligencia es -hasta ahora al menos- una propiedad exclusiva del cerebro evolucionado de las especies superiores, particularmente de la humana. Se trata de algo tan complejo que ni siquiera los propios expertos en la materia han llegado a un consenso sobre qué es exactamente, ni mucho menos sobre cómo funciona.
Sin embargo, aunque todavía no se pueda decir con precisión qué es la inteligencia, sí hay acuerdo sobre el hecho de que ninguna computadora actual -ni siquiera la más poderosa de que disponemos- es inteligente. Ellas carecen por completo de la capacidad de resolver problemas en forma autónoma. Precisan de una programación completa y minuciosa hasta para realizar las tareas más rudimentarias. [1]
En lo que las máquinas decididamente sí nos llevan ventaja es en el plano de la velocidad de procesamiento de datos. Incluso los primeros ordenadores ya mostraban su capacidad a ese nivel. Y, desde entonces, ese poder ha ido en crecimiento exponencial. [2] Pero esta característica no debe confundirse en ningún momento con el verdadero razonamiento. Se trata simplemente de fuerza bruta -si se quiere- lo que da a las computadoras su poder y utilidad. Esto es cierto incluso en aquellos campos en que más pareciera que las máquinas desarrollan una capacidad semejante a la del intelecto humano, por ejemplo, para jugar ajedrez. [3]
Actualmente, la investigación en la IA se orienta en dos sentidos fundamentales: por un lado, el análisis psicológico y fisiológico del pensamiento humano; por otro, la construcción de sistemas informáticos, crecientemente sofisticados, que puedan imitarlo. En este segundo plano, el término IA ha sido generalmente aplicado a los sistemas capaces de ejecutar tareas más complejas que las aplicaciones ordinarias, aunque por el momento muy por debajo de lo que podríamos considerar como verdadero raciocinio. Las más importantes áreas de análisis en este sentido incluyen el procesamiento de información (escrita o hablada), el reconocimiento de patrones, las computadoras capaces de jugar y otras aplicaciones tales como el diagnóstico médico. [4]
Sistemas expertos
Es una perenne pesadilla de algunos juristas la idea de que, en el futuro, una máquina pueda resolver casos y administrar justicia. Es conocida la imagen, plasmada incluso en más de una tira cómica o novela de ciencia ficción, de dos personas que relatan sus mutuas diferencias a una computadora; ésta, pasados unos segundos, escupe una tira de papel dictando su veredicto sobre el asunto.
En realidad, desde luego, ese escenario es absolutamente quimérico y lo más probable es que deba pasar bastante tiempo aun para que estén ampliamente disponibles los recursos de hardware y de software que permitan siquiera comenzar a experimentar en una dirección semejante. Pero eso no impide que haya quienes sostengan ya que, por principio, nos debe repugnar la idea de que categorías axiológicas como la equidad y la justicia puedan convertirse algún día en provincia de las computadoras.
Sea que uno comparta ese celo -o lo considere simplemente celos- el grave problema que presenta es que da una mala imagen a las muchas valiosas e importantes aplicaciones reales que podría tener la IA en el derecho. En otras palabras, el hecho de que se considere casi intrínsecamente inmoral la posibilidad de confiar a una computadora la tarea de impartir justicia [5], hace perder de vista fácilmente aquellas áreas en las que la informática sí podría constituir una herramienta invaluable para el mejoramiento de la actividad judicial y la del operador jurídico en general. Uno de estos campos, al que dedicamos ahora nuestra atención, es el del empleo de los sistemas expertos aplicados al derecho.
Un sistema experto, en síntesis, es una aplicación informática que procura capturar conocimiento y luego utilizarlo para emular el mecanismo de raciocinio de un experto humano, para la resolución de problemas concretos. Esto se logra automatizando su procedimiento de toma de decisiones. Es decir, los creadores de sistemas de este tipo analizan no sólo lo que un experto sabe, sino además la manera en que resuelve problemas, con el fin de tratar de replicar ese proceso artificialmente.
Un sistema experto consta fundamentalmente de una base de conocimiento, un motor de inferencia y una interface de diálogo con el usuario.
La base de conocimiento es un repositorio (probablemente una base de datos o aplicación similar) en el que se procura almacenar la información sobre lo que el experto sabe. El motor de inferencia es el algoritmo o conjunto de algoritmos que implementan las reglas de razonamiento por las cuales el experto llega a sus conclusiones sobre un problema determinado. Finalmente, la interface de diálogo establece el mecanismo por el cual usuario y sistema interactúan, de manera que el primero pueda proporcionar la información requerida para la interpretación del caso y que el segundo pueda luego externar la respuesta o respuestas generadas. Usualmente, la interface se diseña de modo que el sistema formule al usuario una secuencia de preguntas, tipo entrevista, como resultado de lo cual se pueda llegar a una recomendación razonada para la solución del dilema planteado.
¿Para qué se podría querer una herramienta de este tipo? En general, la utilidad de los sistemas expertos en las diversas áreas del conocimiento -y el derecho ciertamente que no es excepción- se puede resumir en los términos siguientes:
- Ahorro de tiempo y dinero. Puesto que, como se ha explicado anteriormente, las computadoras claramente aventajan al ser humano en términos de velocidad de procesamiento de la información, un sistema experto podría producir sensibles beneficios por el simple hecho de ofrecer respuestas rápidas (aunque fuesen puramente tentativas) a problemas determinados, especialmente si su resolución es apremiante.
- Mejoramiento de la calidad promedio de las decisiones. El empleo de un sistema experto puede ayudar a evitar errores u olvidos que afectan la toma de decisiones y que de otro modo podrían surgir, por ejemplo, debido a la presión de trabajo o a la premura. Al poner de manifiesto el equívoco o al asegurar que el usuario no omita algún aspecto importante al formar su criterio, es de presumir que la solución a que se llegue será de mejor calidad.
- Entrenamiento. En toda organización, la llegada de nuevos recursos humanos supone por lo general una curva de aprendizaje que cuesta tiempo y dinero. El recién llegado debe ser puesto al tanto de los requerimientos y expectativas de su trabajo. Esto usualmente supone distraer el tiempo de una o más personas para que asuman esa labor de inducción. Por tanto, si pudiésemos diseñar un sistema que se encargue de brindar al menos la capacitación básica que requiere el nuevo personal, se lograría evitar o reducir ese coste.
- Desahogo del manejo de problemas triviales. Sin duda, lo más ventajoso para una organización es dedicar los esfuerzos de su personal más calificado al manejo de los problemas complejos, que exigen la pericia, intuición y experiencia que sólo esas personas tienen. Recuérdese que ninguna computadora es inteligente y, por más esfuerzo que se haya dedicado a la construcción de un sistema experto, es virtualmente seguro que surgirán innumerables situaciones que éste no estará preparado para atender. En consecuencia, podría resultar idóneo dedicar el sistema al manejo de casos triviales, cuya solución es bien conocida ya sea por su sencillez o por su carácter frecuente y repetitivo, y que por ello suelen resultar tediosos para las personas. De este modo se logrará liberar el tiempo de los expertos humanos, a fin de dedicarlos a aquellas actividades en que mejor se pueda aprovechar su talento y cuyo manejo, a la vez, les brinde un mayor incentivo intelectual.
- Preservación del conocimiento del experto. Inevitablemente, las organizaciones pierden a sus expertos, ya fuere porque migren a otros empleos, se jubilen, fallezcan, etc. La partida de una de estas personas normalmente representa un duro golpe, por la falta de sustitutos idóneos y el tiempo y dinero que cuesta formarlos. En ocasiones, una persona puede resultar absolutamente insustituible, por sus peculiares atributos. La existencia de un sistema experto que capture -en alguna medida al menos- el talento del experto que se retira puede contribuir notoriamente a minimizar el impacto, no sólo conservando algo de sus capacidades sino también, como se indicó antes, colaborando en la capacitación de nuevos expertos.
Aplicaciones jurídicas
No es difícil pensar en las diversas aplicaciones prácticas de los sistemas expertos al ejercicio del derecho, sin necesidad de rayar en la ciencia ficción. Ejemplos:
- El análisis de los supuestos fácticos involucrados en la comisión de un determinado hecho delictivo pueden conducir a que un sistema experto determine -cuando menos provisionalmente- la calificación jurídica aplicable al caso, la necesidad de dictar o no el apremio preventivo del indiciado y otros datos o recomendaciones relevantes.
- El trámite inicial de algunos procesos relativamente simples y repetitivos (ejemplo: la ejecución de títulos crediticios como el pagaré o la prenda) podría ser dispuesto por un sistema experto al que se suministre la información necesaria vía hoja de lectura óptica u otro mecanismo similar.
- Un sistema experto podría instruir a un recién electo miembro del parlamento acerca del trámite exigido para la presentación de nuevos proyectos de ley, e incluso preparar un borrador de la documentación necesaria, asegurando que no se omitan detalles formales de importancia.
- Una aplicación de IA podría examinar el contenido de un documento jurídico (un texto normativo, o una sentencia quizás), para -vía el análisis de términos clave y otros elementos- establecer una clasificación o generar un sumario.
En este sentido, ya existen diversas organizaciones e investigadores dedicados al análisis de estos problemas. Entre las primeras destaca la International Association for Artificial Intelligence and Law (IAAIL), que realiza actividades periódicas y prepara diversas publicaciones sobre la materia. Es de esperar, en consecuencia, que a corto y mediano plazo estemos viendo los frutos concretos de esta interesantísima y provechosa actividad.
Notas
- Con ello no quiero afirmar (ni negar) que algún día no puedan las computadoras llegar a disponer de una capacidad equiparable a la de nuestro cerebro. Como se sabe, este tema es objeto de acalorados debates en pro y en contra. Simplemente prefiero evitar los absolutos en materia informática. Demasiadas personas que alguna vez profirieron un "nunca" o un "imposible" en este campo, han debido terminar tragándose sus palabras.
- La "Ley de Moore", así llamada en honor del co-fundador de la empresa de microprocesadores Intel que la enunció por primera vez en 1965, establece que las nuevas computadoras duplican el número de sus circuitos integrados (y consecuentemente, su poder de procesamiento) aproximadamente cada año y medio. En líneas generales, dicha predicción se ha venido cumpliendo hasta la fecha.
- En 1997, un poderoso supercomputador bautizado "Deep Blue" logró -por primera vez en la historia- derrotar al campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov. Un breve pero muy interesante análisis técnico de cómo se logró la hazaña aparece en Campbell, Murray, "Knowledge discovery in Deep Blue" (Communications of the ACM, volumen 42, número 11; noviembre de 1999, página 65). Esta máquina es capaz de efectuar una búsqueda de doscientos millones de jugadas por segundo, dentro de una base de datos almacenada de setecientos mil partidas de grandes maestros, evaluando cada una a través de un complejo esquema de puntuación que le permite decidir cuál parece ser la movida óptima en cada momento. Pero es evidente que en todo ese poder no figura ni una pizca de la capacidad de abstracción que caracteriza a la verdadera inteligencia.
- Microsoft Corp. "Artificial Intelligence". Enciclopedia Encarta 2001. Redmond, Washington, 2000.
- Algo así como lo que piensan muchos sobre la clonación de seres humanos.
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