14 de septiembre de 2009

Desencuentros (y posibles encuentros)

Luego de mi artículo en La Nación del 3/9/09 y la presentación del proyecto de reforma de los artículos 75 y 194 de la Constitución Política para impulsar un Estado laico en Costa Rica, estuve fuera del país por unos días. A la distancia, fui siguiendo las reacciones en torno a la propuesta, con creciente desánimo y sorpresa.

Digo desánimo, porque es evidente que muchos de los que han opinado en contra (comenzando por algunos representantes de la Iglesia Católica, que suele ser más pausada y prudente) lo han hecho sin conocer la propuesta ni sus fundamentos. El proyecto es el resultado de muchos meses de investigación y discusión, así como de consultas a distinguidos constitucionalistas nacionales, no el fruto de una ocurrencia o improvisación.

Y digo desánimo, además, porque muchas de las reacciones han sido puramente hepáticas, sustituyendo el razonamiento de buena fe por la descalificación personal.

Por otra parte, mi sorpresa se origina en que la oposición más agresiva ha surgido en torno a la reforma del artículo 194 (juramento constitucional), en vez de la del 75 (confesionalidad del Estado y libertad religiosa), la cual ha tenido diversa y calificada aceptación. Pero eso al mismo tiempo me ha tomado por sorpresa, porque no logro comprender cómo se puede estar a favor de la neutralidad religiosa del Estado, oponiéndose -a la vez- a cambiar el hecho de que ese mismo Estado actualmente obligue a quienes asumen cargos públicos a tomar un juramento de carácter religioso, en vez de uno neutral.

El colmo, sin embargo, ha sido leer que en la iniciativa de reforma del juramento constitucional algunos vean oscuras e inconfesables intenciones, tales como "desahuciar a Dios" de Costa Rica. Si tan solo se hubiese estudiado la exposición de motivos del proyecto, se habría encontrado una explicación perfectamente razonable para la redacción alterna propuesta. En efecto, allí se explica que del texto actual ("Juráis a Dios y prometéis a la Patria…", etc.) se desprende "que solamente aquellos creyentes en la idea de un Dios unipersonal pueden ser funcionarios públicos, pues a quienes se adhieran a credos politeístas (como ciertas corrientes del hinduismo), a credos que no proclaman ninguna divinidad en particular (como el budismo) y a los no creyentes, les sería imposible jurar, si quisieran conservar intacta su ética y dignidad". Luego de recordar los problemas a los que han dado lugar los juramentos religiosos en otras latitudes, el proyecto deja en claro que su único propósito es el de encontrar "un juramento práctico que permita a cualquier costarricense ser funcionario o funcionaria pública, sin innecesarias limitaciones derivadas de sus creencias religiosas, o ausencia de ellas".

Así pues, de ninguna manera se pretende que persona alguna abjure o niegue sus creencias. Tan solo se quiso buscar un texto que constituya un "mínimo común denominador", por así decirlo, para todas las personas que deban jurar el desempeño de una función pública. Esto es importante, porque si la redacción indicada no fuese satisfactoria, pienso que ciertamente podría llegarse al mismo resultado por otras vías, tales como el "juramento mixto" que algunos han planteado, en el que el designado jure "por Dios o por sus más hondas convicciones". A esa alternativa yo personalmente no le vería ningún problema.

De manera que mi respetuosa sugerencia para quien quiera opinar acerca del proyecto es que comience por leérselo (se puede descargar desde www.estadolaico.cr). Verá que es un trabajo fundamentado. No hay duda de que la propuesta seguramente se puede mejorar, pero eso solo puede surgir de una reflexión tan seria como la que se dedicó a prepararla. Las y los diputados que apoyaron su presentación no son tontos útiles, como insultantemente se les ha calificado. Por el contrario, luego de analizarla, consideraron que la iniciativa es lo suficientemente sustantiva como para merecer un debate maduro e informado en la corriente legislativa y en el foro de la opinión pública; en vez de una sarta de epítetos y poses calculadas.

¿Es eso mucho pedir en nuestro país?

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