Según un artículo en La Prensa Libre de hoy, el puertorriqueño José Luis de Jesús Miranda -quien se hace llamar "Jesucristo Hombre" y afirma ser Dios mismo- se ha comprometido a "prosperar" a nuestro país, "porque ha sido el único país de Centroamérica que no le ha negado la entrada".
Aun dejando de lado el problema gramatical (¿se puede "prosperar" a algo o alguien?), así como la cuestión jurídica (¿por qué habría de impedírsele el ingreso al país a alguien que, hasta donde sabemos, no ha incurrido en ninguna responsabilidad legal, por más que se pueda estar en desacuerdo con sus afirmaciones?), no puede uno menos que reflexionar acerca de las notables diferencias que distinguen a este Dios boricua del Dios... cómo decirlo... "clásico". O sea, el Dios de la Biblia.
Aceptemos por un momento, solo para efectos de discusión, que don José Luis es efectivamente quien dice ser y hagamos algunas comparaciones obligadas.
Para comenzar, el Dios bíblico no tomaba vuelos comerciales para ir de un lugar a otro. Si necesitaba transporte, hacía uso de dispositivos mucho más espectaculares, como por ejemplo el que se describe en Ezequiel 1. O simplemente se aparecía en donde fuera porque, después de todo, es omnipresente.
Segundo: en el relato bíblico, no había autoridad migratoria que pudiera -o se atreviera- a negarle el ingreso a Dios a ninguna parte. Si alguno hubiese osado semejante impertinencia, esa misma noche habría muerto su primogénito, o se habría convertido en estatua de sal, o hubiera llovido fuego y azufre sobre la respectiva oficina antes de que el funcionario en cuestión hubiera podido estampar un "Denegado" sobre el divino pasaporte. Por algún motivo, sin embargo, José Luis de Jesús Miranda prefiere no emplear tales mecanismos para lidiar contundentemente con los insolentes burócratas de los hermanos países centroamericanos.
Tercero: si el Dios de la antigüedad requería de un mensajero, enviaba a un ángel, con el correspondiente despliegue de efectos visuales y sonoros (truenos, trompetas, etc.), que infundían espanto en los corazones. Jesucristo Hombre, en cambio, envía a... la señorita Axel Poessy, "directora de prensa internacional". No me malinterpreten: no tengo nada en contra de la señorita Poessy, pero imaginemos que en vez del Arcángel Gabriel, en el relato de la Anunciación, a María la hubiese visitado más bien la señorita Axel Poessy, directora de prensa internacional, para decirle que Dios la va a "embestir (?!) de inmortalidad". No puedo asegurarlo, pero sospecho que, muchos siglos después, Bach no hubiera compuesto el "Magnificat".
Cuarto, según el reportaje, Miranda "se encuentra en un lugar secreto por temor, no al repudio de la población, sino al amor de sus seguidores", porque "quienes le siguen lo quieren tanto que lo pueden lastimar". Me recuerda la ocasión en que don Abel Pacheco casi sucumbe ante el "afecto" de sus seguidores. Pero, dejando ese lamentable episodio de lado, está claro que el Dios bíblico no tendría problema alguno de esta especie. Si alguien osara intentarlo, esa misma noche moriría su primogénito, o allí mismo quedaría convertido en estatua de sal, o llovería fuego y azufre sobre él o ella antes de que siquiera pudiese levantar la mano. En todo caso, todo esto es mera especulación. Después de todo, ¿quién podría lastimar a Dios? Si éste es omnisciente, debería saber de antemano quién y de qué modo podría lastimarlo, ¿no?
En fin, juzguen ustedes. A mi lo que me parece es que a este "Jesucristo Hombre" definitivamente le falta estilo.
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