En retrospectiva, muchos podrían pensar -y, de hecho, hay quienes lo hacen- que el temido "error del milenio" resultó, a fin de cuentas, un tigre de papel.
Está claro que el Y2K abarcaba una problemática compleja e incomprendida incluso entre muchos expertos, dando lugar a una gama de actitudes que iban desde la franca apatía hasta la alarma apocalíptica. La predicción del suscrito en este sentido, que por cierto me parece que en definitiva no anduvo gravemente perdida, siempre fue: esperar no más de un 10 por ciento del peor escenario pronosticado.
Pero el hecho de que a fin de cuentas no nos hayamos sumido en el caos y la barbarie no debe hacernos perder de vista las cruciales lecciones que el Y2K nos deja.
Mucho dinero y mucho esfuerzo fue dedicado a prevenir las consecuencias de la crisis, aquí y alrededor del mundo. Así es que, en último término, ciertamente que no fue obra del azar que los efectos del error -hasta la fecha al menos; hay que recordar que restan algunas fechas clave y que el problema no estaba circunscrito al 1º de enero- hayan sido relativamente inocuos. La primera lección, entonces, es que la previsión, de la mano de una firme voluntad política y del trabajo serio y planificado, recompensa abundantemente.
La segunda e ineludible enseñanza que recibimos, es que el país cuenta con recursos humanos idóneos para administrar complejos desafíos tecnológicos, con pareja soltura a la que desplegaron naciones mucho más favorecidas económicamente. Esto infunde confianza y confirma lo acertada de la estrategia -sentada por la administración anterior y retomada por la actual- de posicionar internacionalmente a Costa Rica como una excelente opción para las inversiones en los campos técnico y tecnológico.
Lo urgente, lo fundamental ahora, es no perder la dinámica que se ha generado. Es imprescindible que la experiencia de la Comisión 2000 abra paso al desarrollo de una verdadera y permanente política nacional en informática y tecnología que nos lleve al nivel lógico siguiente.
En efecto, cada día está más claro que el comercio electrónico, tanto local como global, es la ola del futuro. El país debe abocarse urgentemente a diseñar y desplegar una estrategia para crear la infraestructura técnica y jurídica necesaria para hacer posible su fructífero y ordenado crecimiento. Y es que de este esfuerzo pueden derivar también beneficios adicionales de mucha envergadura. Por citar sólo un caso, la tecnología de firmas y certificados digitales, vital para el comercio, puede aprovecharse también para posibilitar el registro automatizado de gestiones (por ejemplo, para permitir la presentación de las declaraciones de impuestos en forma electrónica), la implantación del procedimiento administrativo y judicial electrónico, el notariado informatizado, el voto electrónico, etc.
Por tanto, sirvan estas líneas para hacer un llamado respetuoso pero vehemente al gobierno de la República (y, por qué no, a los candidatos presidenciales), en el sentido de que se evalúen y retomen las valiosas enseñanzas que el Y2K y la Comisión 2000 nos dejan. Este es el momento de tomar la batuta y reunir a todos los sectores interesados, en los terrenos público y privado, a fin de dar forma a una verdadera iniciativa nacional en los indicados campos.
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