Mostrando entradas con la etiqueta Educación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Educación. Mostrar todas las entradas

16 de enero de 2008

Amenazado el dominio científico de Estados Unidos

De acuerdo con un reportaje aparecido hoy en el New York Times, el dominio científico a nivel mundial de los EE.UU. se encuentra seriamente amenazado a mediano y largo plazo. Entre otras deficiencias, destaca el reporte del National Science Board que muchos estadounidenses desconocen principios científicos básicos de la física y la biología, especialmente los relativos al Big Bang y a la evolución. Asimismo, son incapaces de responder correctamente cuando se les pregunta si la Tierra gira en torno al Sol. “Estas diferencias probablemente indican que muchos estadounidenses mantienen creencias religiosas que los tornan escépticos frente a ideas científicas establecidas, a pesar de que poseen una familiaridad básica con esas ideas” (traducción libre mía).

8 de enero de 2007

Feliz año, don Leonardo

Artículo publicado en la sección "Página Quince" del diario La Nación (ver publicación original).

En enero del 2003, ofrecí en este mismo espacio algunas reflexiones sobre el tema de la educación. Releyendo esas líneas cuatro años más tarde, no deja de producirme cierta tristeza constatar cuánta verdad hay en aquel dicho de que cuanto más cambian las cosas, más siguen igual.

Por eso no está demás comenzar de nuevo con el mismo pensamiento del psicólogo B. F. Skinner, quien decía que educación es aquello que queda una vez que lo aprendido se ha olvidado. Y tampoco sale sobrando reiterar la idea central de ese artículo anterior, válida hoy tanto como entonces: la de que, en mi opinión, las tareas fundamentales de la educación se resumen en enseñar a aprender y enseñar a convivir.

Ansia innata. Enseñar a aprender es fundamental porque no hay ninguna cantidad posible de clases (200 días lectivos o no) que alcancen para mostrar a un niño todo lo maravilloso que hay por aprender. Implica incentivar, en vez de mutilar, la curiosidad natural y el ansia por aprender con los que todos nacemos y que tantos de los mal llamados "métodos educativos" de hoy se encargan de sofocar rápidamente.

Enseñar a aprender significa también dotar a los pequeños, tan pronto como sea posible, de las herramientas del pensamiento crítico, que les permita analizar y cuestionar razonadamente –obviamente que según su etapa de madurez– las ideas, influencias y presiones a las que se verán expuestos a lo largo de sus vidas, ayudándolos a protegerse de los fraudes y ardides, de toda índole y de todo signo, de los que tantos adultos son o han sido víctimas. El pensamiento crítico es una vacuna contra la credulidad; una póliza contra el engaño. Es algo así como karate mental.

Enseñar a aprender implica enseñar a los niños a comprender e interiorizar el método científico, como instrumento igualmente invaluable para la adquisición de nuevos conocimientos y para la comprensión de la realidad que nos rodea.

Ética y moral. Por su parte, enseñar a convivir no es menos crucial. Tiene que ver con la necesidad de inculcar en los menores los parámetros éticos y morales que contribuyan a cimentar los pilares del humanismo moderno: la valentía con la que se debe enfrentar la vida y se hace posible prevalecer frente a la adversidad; el sentido de la responsabilidad, por la que debemos admitir y asumir las consecuencias de nuestras acciones u omisiones; el respeto y la tolerancia, que nos sensibilizan a la diversidad y nos permiten convivir pacíficamente; y la solidaridad, que nos exige permanecer atentos y actuar en consecuencia frente a las carencias y necesidades de los demás.

Enseñar a convivir conlleva también inculcar valores cívicos auténticos, forjados a partir de un examen objetivo y honesto de nuestro pasado y de las instituciones contemporáneas, con el propósito de ayudar a los estudiantes a apreciar que el respeto de la legalidad es necesario para generar una convivencia ordenada que nos permita a todos crecer tanto individual como colectivamente. La legalidad, desde esta óptica, puede y debe llegar a ser valorada más por las posibilidades que ofrece, que por las restricciones que impone. Un civismo así entendido genera verdadero patriotismo, que no es lo mismo que "patrioterismo", el cual, parafraseando a George Bernard Shaw, no es más que la extraña creencia de que el país de uno es mejor que todos los demás solo porque, de casualidad, uno nació en él.

Educación –digámoslo una vez más– es lo que queda después de que todo lo no indispensable, todo lo simplemente memorizado, se ha olvidado. La posibilidad de "pensar fuera de la caja", de reorientar la educación, de forjar mejores ciudadanos del país y del mundo, está ahora mismo en nuestras manos. Si no ahora, entonces ¿cuándo?

21 de diciembre de 2006

La carrera de las ratas

Palabras leídas por mi esposa durante el acto de graduación de la generación 2006. Escrito en agradecimiento a la Dirección y a todo el personal del Centro de Innovación Educativa (*)

Hace algunos días, me comentaba un hermano mío que para lograr el ingreso de su hijo de 4 años a la educación preescolar, éste debió pasar por un proceso de pruebas de admisión que más bien hacían parecer que estuviera pidiendo ingreso a la Universidad de Harvard.

Y es que hoy en día, aparentemente ni los niños tienen ya derecho a ser sencillamente eso: niños. Cuanto más pronto se les pueda arrojar al torbellino de la competencia despiadada ("la carrera de las ratas", como tan gráficamente lo llaman en otros países), mejor. Ni siquiera el hecho de tener apenas 4 años exoneran a nadie de comenzar a cargar el peso del estrés sobre sus hombros. Desgraciadamente, muchos que no son más que bebés probarán a esa tierna edad el amargo sabor del rechazo por primera vez.

Hoy, entonces, abundan los centros educativos que tienen por norma someter a los pequeños que apenas entran al proceso educativo a una zaranda que les permita separar el trigo de la paja, escogiendo solo a aquellos que logren satisfacer sus particulares criterios de admisibilidad y evitando así que los que son "químicamente impuros" puedan corromper sus estándares de excelencia. Serán muchos los llamados y pocos los escogidos. A no dudarlo, éstos últimos estarán encaminados -de modo casi garantizado- a un futuro académico brillante. El centro educativo en cuestión luego podrá "rajar" de sus elevados niveles de promoción y de cómo sus graduandos (muchos de ellos robotizados hasta la perfección) logran los primeros promedios de entrada a la universidad y las mejores becas al extranjero.

Pero, la verdad, a mi me parece que esos centros en realidad la llevan fácil, porque ya desde el principio, como decimos popularmente, "van montados". Así hasta yo.

Por otro lado, están los centros educativos de verdad. A éstos, muchos niños y jóvenes llegan luego de sufrir el rechazo o la incomprensión de escuelas y colegios que no los consideraron suficientemente meritorios. Muchos de ellos eran tan solo diamantes sin pulir, que por alguna razón nunca lograron hacer migas con el sistema de línea de ensamblaje que impera en otros sitios.

En los centros educativos a los que me refiero, esos niños y jóvenes tienen oportunidad. Allí se les recibe y apoya, reconociendo y respetando su dignidad intrínseca de personas, aunque a veces ésta parezca estar oculta bajo un pelo largo o un temperamento brusco. Y, así, muchos de ellos logran sortear los escollos y llegar finalmente a buen puerto, culminando -tras años de esfuerzo, matizados por no pocos momentos de frustración- su educación primaria o secundaria.

Lo que hizo la diferencia para esas personas fue que hubo quien les tendiera la mano. Hubo quien supo reconocer en ellas el diamante escondido.

No siempre se logra la victoria, pero cada una que se alcanza tiene que hacer que valga la pena. Quienes hacen esto posible -a veces contra todas las probabilidades- son los que realmente merecen ser llamados educadores.

* = El Centro de Innovación Educativa es un colegio de secundaria, localizado 200 metros al norte de la agencia del Banco de Costa Rica en Moravia, San José, Costa Rica. Teléfonos 2240-4059 y 2236-3167.

4 de enero de 2003

Feliz año, doña Astrid

Artículo publicado en la sección "Página Quince" del diario La Nación (ver publicación original).

El psicólogo B.F. Skinner una vez dijo que educación es aquello que queda una vez que lo aprendido se ha olvidado. Vale la pena reflexionar sobre esa idea, porque en ella no solo reside una gran verdad, sino, además, la clave para evaluar nuestra educación.

En efecto, un gran porcentaje de lo que aprendemos en las aulas es eventualmente relegado al olvido. Aunque en su momento hayamos dominado la solución de ecuaciones trinomias, o recitado sin falta las constituciones políticas del país, lo cierto es que si no se trata de conocimientos que debamos seguir empleando más adelante, llega un momento en que estos se nublan y, con suerte, solo retenemos una vaga noción de qué diantre era una ecuación trinomia.

¿Valió la pena memorizar esos conceptos? ¿Cuánto del tiempo que pasamos en las aulas es provechoso y cuánto es solo tiempo perdido? Supongo que no hay ninguna fórmula mágica que nos permita saberlo y, además, que la respuesta es diferente para cada quien, porque no todos aprendemos lo mismo y no todos aprendemos igual.

Toda la vida. Aprender es adquirir conocimiento y desarrollar nuevas conductas. Y aunque es común pensar en ello como algo que sucede solo en las escuelas, lo cierto es que mucho tiene lugar antes, fuera y después de las aulas. Aprendemos durante toda la vida.

En los animales, el aprendizaje es clave para la supervivencia. En las personas, la educación llena un propósito adicional: permitir que nos ubiquemos en el contexto que nos rodea y buscar y obtener respuestas para preguntas que los animales no se hacen, pues -hasta donde se sabe- es propio solamente de la especie humana reflexionar sobre sí y sobre el universo en que vive.

En los niños existe una disposición natural al aprendizaje, una curiosidad innata y un sentido del asombro insaciable. Ellos ingresan en la educación formal con ganas e ilusión, generalmente tan solo para tropezar poco después con todo ese esquema tradicional que termina por matarles el entusiasmo y por transformar el gusto por el aprendizaje en una carga odiosa. Por dicha, el espíritu de algunos es indomable y logran sobrevivir a la experiencia con solo algunos raspones. Yo nunca permití que la escuela interfiriera con mi educación, decía -entre serio y jocoso- Mark Twain. Pero otros quedan para siempre marcados y, con el tiempo, no solo olvidan lo aprendido, sino que les queda poca o ninguna educación real.

Debería haber una fase de educación común y otra de educación individual. Las tareas básicas de la primera se resumirían en dos: enseñar a aprender y enseñar a convivir.

Herramientas esenciales. Enseñar a aprender significa dotar al intelecto de las herramientas esenciales para impulsar a la persona hacia una vida dispuesta al aprendizaje. Aparte de las aptitudes y conocimientos básicos, implica desarrollar el sentido crítico y el afán por la investigación, para liberar la razón de ataduras y que la educación no sea un proceso pasivo de absorción de datos sin cuestionamiento alguno. Formar personas críticas las inmuniza contra el engaño y los prejuicios, al dotarlas de lo que Carl Sagan llamaba el equipo de detección de atolillo con el dedo.

Enseñar a convivir significa educar en el respeto, la tolerancia y la solidaridad, sin las que no se puede coexistir en un mundo de gente con personalidades, ilusiones, intereses, necesidades y culturas diferentes.

Una vez inculcadas esas habilidades básicas (que se aprenden pero nunca se olvidan y, por ende, educan realmente), la persona sería expuesta al vasto mundo de los conocimientos, las ciencias y las artes, los oficios y técnicas, para que cada cual elija el camino que lo llene y lo conduzca a la felicidad.

No soy experto en educación, así es que lo dicho hasta aquí probablemente pinte solo un cuadro parcial de lo que, sin duda, es un tema complejo. Pero eso cedo la palabra a quienes sepan realmente de esto y a quienes tengan el poder y la voluntad de hacer algo al respecto.

Que tengan todas y todos muy feliz Año Nuevo.