17 de febrero de 2021

2021: Es tiempo de pensar en Bitcoin

 Este artículo apareció hoy en el boletín electrónico La Revista (ver publicación)

Imagino que no sorprendo a nadie cuando digo que este año encuentra a nuestro país en una muy delicada situación fiscal. Esto, desde luego, no es nada nuevo. Aún así, es frustrante ver cómo las potenciales vías de solución de la crisis están siendo planteadas, de nuevo, desde la misma herrumbrada ortodoxia económica: más endeudamiento, más impuestos, más recortes. Y más castigo a los ciudadanos. Las mismas viejas respuestas; las mismas viejas soluciones.

Mientras tanto, el mundo a nuestro alrededor continúa evolucionando aceleradamente y nuevas alternativas van surgiendo para afrontar las penurias económicas que ya venían acumulándose y que se han visto acentuadas por la pandemia. Diversas personas y organizaciones están viendo más allá de los límites mentales impuestos por el pensamiento tradicional y están tomando acciones novedosas para tomar al toro por los cuernos e implementar respuestas efectivas a los desafíos extraordinarios que el mundo tiene ante sí.

En julio del año pasado, la “Office of the Comptroller of the Currency” (OCC) de Estados Unidos –que viene siendo a ese país lo mismo que la Superintendencia General de Entidades Financieras (SUGEF) es al nuestro– sorprendió a tirios y troyanos al autorizar a los bancos regulados a nivel federal para ofrecer servicios de custodia de criptoactivos a sus clientes. En setiembre, agregó que dichas entidades también podían integrar sus servicios con los de los emisores de las llamadas “criptomonedas estables”, que son aquellas cuyo valor de referencia está fijado en relación con alguna moneda tradicional, tal como el dólar estadounidense.

Más recientemente, la OCC emitió una directriz aún más relevante, que otorga a los bancos la opción de utilizar las plataformas públicas de cadenas de bloques (más conocidas en el argot técnico como blockchains), así como las mencionadas criptomonedas estables, como parte de su infraestructura de pagos y transferencias interbancarias, en adición a los mecanismos de SWIFT y ACH.

Esto es de una trascendencia enorme. Como lo sabe cualquiera que haya realizado alguna vez una transferencia SWIFT, ésta es una plataforma lenta y onerosa, que además solo está disponible en días y horas laborales. Ello representa un auténtico cuello de botella e incrementa sustancialmente los costos (en tiempo y en dinero), en momentos en que la agilidad financiera resulta vital para personas y empresas, que ya están enfrentando las duras consecuencias de la desaceleración económica exacerbada por la pandemia. Por el contrario, la tecnología de blockchain ofrece una vía rápida, efectiva, barata y disponible 24/7/365 para el envío y recepción de dinero. Al respecto, la calificadora internacional Fitch Ratings acaba de emitir un informe favorable a esta tendencia.

El ejemplo anterior es tan solo una muestra de un vertiginoso proceso de adopción y aceptación de la tecnología de criptomonedas, frente al caos que se cierne sobre los sistemas financieros y bancarios tradicionales. En efecto, para paliar los efectos de la crisis, los bancos centrales del mundo –y, de forma preeminente entre ellos, la Reserva Federal de Estados Unidos—han debido echar mano a herramientas tales como la reducción de tasas de interés (llegando incluso a terreno negativo en Europa), el crecimiento desorbitado de la deuda interna y externa, así como a las emisiones inorgánicas de dinero; acciones que, en su conjunto, están provocando una acelerada devaluación de sus monedas y un creciente desinterés por ciertas clases de activos financieros (como los bonos y los certificados de depósito), a la vez que atraen el espectro de la inflación.

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En tiempos de incertidumbre económica e inestabilidad política, los ahorrantes, inversionistas y entidades en general tienden a buscar refugio para sus capitales en activos que ofrezcan estabilidad y solidez. Hoy por hoy, opciones tales como las divisas extranjeras (en particular, el euro), no ofrecen una respuesta satisfactoria, pues se encuentran inmersas en el mismo predicamento en que se encuentra el dólar estadounidense.

Otra alternativa ha sido la de acudir a los metales preciosos, especialmente el oro, como activos capaces de almacenar y preservar la riqueza de manera efectiva. Sin embargo, estas alternativas también tienen sus propios problemas. Por ejemplo, el oro no genera dividendos (es tan solo “una mascota de piedra”, en las famosas palabras de Warren Buffet); es difícil y costoso de movilizar y almacenar, además de estar expuesto a la posibilidad de confiscación, tal y como ocurrió en EE. UU. en tiempos de Roosevelt y la Gran Depresión del siglo pasado.

Y es precisamente aquí donde entran en juego las criptomonedas y especialmente Bitcoin (el “oro 2.0”, como algunos lo llaman), tema en el que, por desgracia, en Costa Rica aún imperan la ignorancia y la suspicacia en los medios informativos tradicionales y el público en general.

Bitcoin (BTC), la primera criptomoneda, vino al mundo en el año 2008. En sus inicios, ciertamente fue vislumbrado como terreno fértil para hackers y otros personajes de dudosa reputación, quienes comenzaron a utilizarlo para realizar transacciones en la llamada “red oscura”. De esta realidad echan mano con frecuencia sus detractores, quienes parecen olvidar que el dinero y los bancos tradicionales eran y siguen siendo la vía predilecta de delincuentes y gobiernos corruptos para financiar sus operaciones y lavar sus fondos mal habidos.

A pesar de lo anterior, la verdadera naturaleza y capacidades de BTC se han ido revelando paulatinamente a un número cada vez mayor de participantes legítimos del mundo financiero, alrededor de todo el mundo. De hecho, la empresa ChainAnalysis ha estimado recientemente que, en la actualidad, apenas el 0,34% de todas las operaciones en criptomonedas poseen naturaleza criminal.

El este sentido y en el marco de las duras realidades que todos debimos enfrentar, el año pasado representó un verdadero punto de inflexión.

En efecto, el 2020 fue y será siempre recordado como el año en que Bitcoin y las demás criptomonedas salieron de la oscuridad y entraron con fuerza demoledora en el radar de los inversionistas individuales e institucionales del mundo, a pesar de que, desgraciadamente, en nuestro país se mantengan todavía mayoritariamente en las sombras.

Durante esos doce meses, BTC mostró un increíble rendimiento superior a 224%, dejando en el polvo a todos los demás activos financieros –incluyendo al oro y los índices bursátiles como el Dow Jones y el S&P500—para insertarse en el “Top 20” de los más valiosos del mundo, con una capitalización de mercado superior a las de compañías tales como Coca Cola, Visa y Walmart.

Uno tras otro, legendarios veteranos de Wall Street salieron el año pasado a expresar su adhesión a Bitcoin: nombres como los de Paul Tudor Jones, Stanley Druckenmiller, Bill Miller, Larry Fink y Rick Rieder; algunos de ellos incluso sugiriendo que BTC puede convertirse pronto en una inversión mejor que el oro.

Pero nada supera la magnitud de la entrada en el mercado de grandes inversionistas institucionales.

Michael Saylor, CEO de MicroStrategy, fue el primero en introducir la idea de que las corporaciones deberían trasladar sus reservas de efectivo a BTC, con el fin de enfrentar la desvalorización del dólar y proteger su capital, procediendo acto seguido a adquirir nada menos que mil millones de dólares de BTC para demostrar la seriedad de su propuesta. Saylor unió así su voz a un creciente grupo de expertos en el tema para argumentar que, dentro de muy poco tiempo, la pregunta que harán los accionistas a los directivos de sus compañías no será si deberían invertir o no en Bitcoin, sino porqué no lo han hecho aún.

Poco después, PayPal, el gigante de los pagos en línea, anunció que sus millones de usuarios podrían comprar y vender criptoactivos por medio de su plataforma. Y, para cerrar el año con broche de oro, MassMutual, la mega entidad aseguradora estadounidense con 169 años de trayectoria, reconocidamente reacia al riesgo, anunció la compra de cien millones de dólares en BTC. Casi de inmediato, el alcalde de la ciudad estadounidense de Miami, Francis Suárez, propuso que ese gobierno local convierta una parte de sus reservas a Bitcoin, como forma de proteger el dinero de los contribuyentes frente a la devaluación de la moneda nacional. Añadió que pretende convertir a su ciudad en el nuevo epicentro de los servicios criptofinancieros.

Este año ha estado lejos de perder intensidad en lo que a noticias alentadoras se refiere. Enormes conglomerados financieros como Goldman Sachs, Fidelity, BBVA y JPMorgan han expresado públicamente su interés en esta alternativa. Visa, MasterCard y MoneyGram han anunciado la introducción de servicios en criptomonedas para sus clientes. Y tan solo hace pocos días, dos noticias bomba: por una parte, Elon Musk –actualmente la persona más adinerada del planeta– reveló que su empresa Tesla, el gigante de los vehículos eléctricos, había trasladado $1.5 billones de sus reservas de liquidez a BTC. Por otra, BNY Mellon, el banco más antiguo de EE. UU., anunció que introducirá servicios de BTC y otras criptomonedas en la gestión de las carteras de sus clientes.

Todas las especulaciones no son ahora si alguna otra compañía del índice S&P500 seguirá pronto el ejemplo de Tesla, sino cuál. Los rumores ponen la mira en Apple, pero habrá que aguardar para saberlo con certeza.

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¿Cuáles son, exactamente, los atractivos de Bitcoin? Muchos, a no dudarlo. Para lo que aquí interesa, mencionaré solo dos: descentralización y escasez.

Desde su incepción por medio del hoy famoso whitepaper del misterioso Satoshi Nakamoto, Bitcoin fue concebido como una plataforma de intercambio descentralizada. Eso significa que no existe ninguna autoridad singular que regule o ejerza control sobre él, como lo hace el banco central de un país respecto de su moneda nacional. Esto torna a BTC en inmune a agendas políticas, así como a posibles acciones confiscatorias por parte de un gobierno u organismo internacional en particular, que tampoco pueden emplearlo como un arma o instrumento de opresión de sus propios ciudadanos o de otros países.

Pero, quizás más interesante aún, es la característica de escasez. Como se sabe, en un mercado libre, el precio de los bienes y servicios está regido por la oferta y la demanda. Esto incluye a las propias monedas y por eso existen y fluctúan los diversos tipos de cambio. Pero, cuando el dinero es regulado por una autoridad central, ésta puede ejercer control sobre la oferta monetaria como instrumento de política fiscal. Específicamente, puede aumentar o disminuir el circulante para controlar el comportamiento de los precios, acelerar o desacelerar el crecimiento económico o para otros propósitos.

Pero dichos aumentos o disminuciones de circulante inciden sobre el valor de la moneda, devaluándola o apreciándola, según sea el caso. Y si se da un aumento desmedido, especialmente por medio de emisiones inorgánicas –como lo están haciendo los gobiernos y bancos centrales para tratar de atenuar los efectos de la crisis—entonces la moneda pierde su precio y poder adquisitivo de forma marcada, creando una amenaza inflacionaria y deteriorando los ahorros de las personas y las reservas de capital de las empresas. Precisamente esto último es lo que induce la transferencia de liquidez hacia activos más seguros, cuya escasez intrínseca impide manipular el suministro de la forma en que se puede manipular el de la moneda.

Como veíamos anteriormente, fenómenos como los descritos son los que tradicionalmente provocarían una migración de capitales hacia el oro, una materia prima comparativamente escasa y altamente apreciada desde la antigüedad. Pero el oro presenta los inconvenientes que ya comentamos, con el agravante adicional de que el potencial descubrimiento futuro de nuevos grandes yacimientos podría hacer declinar drásticamente su precio.

En contraste, BTC es perfectamente escaso (o, más exactamente, finito). El algoritmo de software que gobierna el suministro de esta criptomoneda –y que nadie, valga reiterar, tiene el poder individual de modificar, debido a su carácter descentralizado— garantiza que nunca habrá más de exactamente veintiún millones de BTC y, por otra parte, que la emisión de ese total se dé dentro a un ritmo y de un plazo preestablecidos, el cual se extenderá hasta el año 2140.

En consecuencia, no es posible manipular la oferta de Bitcoin con el propósito de manipular su precio; éste no lo determina más que la oferta y la demanda. Y la oferta depende estrictamente de la velocidad con que se emita las nuevas monedas (proceso al que se conoce como “minado”), así como de la disposición de vender que tengan los tenedores de las monedas ya en circulación. Y puesto que los análisis de la blockchain revelan que éstos últimos tienden cada vez más a guardar sus BTC en vez de venderlos, está claro que el desbalance entre la oferta y la creciente demanda probablemente tenderá a empujar su precio cada vez más hacia arriba.

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Los escépticos suelen apuntar a la volatilidad de precios que ha presentado BTC en el pasado, en un intento de exhibirlo como excesivamente riesgoso e incapaz de servir como medio de pago efectivo. Sin embargo, dichos comentarios omiten señalar que esto es lo previsible, tratándose de un activo tan joven y con una capitalización de mercado aún comparativamente pequeña ($906 billones, a la fecha en que escribo), en relación con otros como el oro o el petróleo; circunstancia que de momento todavía permite a algunos actores (el mencionado caso de Tesla es el más reciente) provocar altibajos por medio de grandes compras o ventas. Tampoco mencionan que, en todo caso, ni siquiera la Bolsa de Valores de Nueva York está exenta de experimentar violentas oscilaciones, como sucedió hace escasos días en el caso de la compañía GameStop.

Pese a esta circunstancia, el análisis técnico revela que las fluctuaciones en el precio de Bitcoin muestran un patrón característico, tendiendo hacia crestas cada vez más altas y valles cada vez menos bajos. De nuevo, esto es también lo que uno esperaría, a medida que los especuladores del pasado tienden a ser reemplazados por inversionistas de largo plazo, tanto individuales como institucionales. A medida que aumente el suministro e ingrese un número creciente de participantes en el mercado, es de esperar que la volatilidad se vaya estabilizando.

Con respecto al tema de si servirá o no como medio de pago, el mercado tiende a mostrar señas afirmativas, a medida que más y más comercios anuncian su disposición a admitirlo en transacciones. No obstante, pareciera que BTC más bien está adquiriendo poco a poco una naturaleza particular: la de servir como “oro 2.0”, es decir como reserva de valor; mientras que son otras criptoalternativas (especialmente las basadas en la plataforma Ethereum y que vienen impulsando el crecimiento de la industria conocida como “DeFi” y a la que no me referiré más ahora) las que se vislumbran como los medios de pago del futuro.

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¿Y qué relevancia podría tener todo lo arriba expuesto para Costa Rica? En síntesis, pienso que los criptoactivos –y particularmente Bitcoin– representan una alternativa que los ciudadanos, las empresas y las entidades públicas, deberían tener en mente, ya sea como parte de su estrategia de inversión o bien como un recurso adicional importante para un manejo más efectivo de la política fiscal.

Las autoridades nacionales, al igual que las de muchos otros países, han venido haciendo la vista gorda hasta ahora en esta materia o, si acaso, han mostrado desinterés. El Banco Central de Costa Rica ha reiterado su criterio de que las criptomonedas no poseen la misma naturaleza jurídica del numerario, pero no son ilegales en nuestro medio, advirtiendo que se trata de activos no regulados y carentes de respaldo estatal. Curiosamente, es posible afirmar exactamente lo mismo con respecto al oro, sin que eso haya impedido a nadie comercializarlo durante milenios.

Por su parte, no conozco ningún pronunciamiento formal del Ministerio de Hacienda o de la Procuraduría General de la República en lo relativo al tratamiento tributario y legal de esta clase de activos.

Como resultado de todo lo anterior, me parece que habría que remitirnos a los dos grandes principios jurídicos conocidos como “de autonomía de la voluntad” y “de legalidad”, para estimar que el comercio de criptoactivos está permitido para los sujetos privados (salvo aquellos regulados por normas que expresamente lo prohíban) y no todavía para los públicos.

¿Y por qué es esto importante? Pensemos en la oportunidad que presentaría poder invertir en criptoactivos (en adición a los activos tradicionales), así como ofrecer servicios de esta naturaleza, para los bancos, las operadoras de pensiones o las empresas aseguradoras, por ejemplo. En efecto, los fondos de pensiones, por ejemplo, actualmente enfrentan grandes incertidumbres en lo referente a su capacidad de enfrentar los desembolsos que deban cubrir a futuro, como consecuencia del pobre desempeño en que la crisis ha sumido los productos en que tradicionalmente han venido colocando sus recursos.

¿Y qué impacto podría representar para las arcas públicas contar con reservas de un activo que, según Bloomberg, tuvo un desempeño positivo de 9.000.000% en la última década? No tengo a mano los números respectivos, pero sospecho que no sería desfavorable.

Soy consciente de que la perspectiva de hacer cosas como las indicadas ha recibido hasta ahora una reacción mayoritariamente negativa en nuestro medio. Creo, sin embargo, que esto es consecuencia de un análisis desfasado, de frente a acontecimientos e innovaciones como las descritas líneas arriba.

Considero, en conclusión, que Costa Rica debería aprovechar características tales como la estabilidad y madurez de nuestro sistema bancario y jurídico; la disposición tecnológica favorable (particularmente relativo a la creciente digitalización de servicios financieros) y otras para asumir un liderazgo regional en esta temática. Se impone un cuidadoso análisis que, en vez de ponernos a nadar contracorriente, oponiéndonos a lo que se vislumbra desde ahora como el futuro post pandémico, nos permita más bien innovar y dotar a los ciudadanos y a las instituciones de opciones modernas para afrontar los desafíos económicos de hoy y mañana.