2 de diciembre de 2001

'Fair play' para el TSE

Este artículo apareció en la sección "Página Quince" del periódico La Nación (ver publicación original), así como en la revista electrónica del proyecto Democracia Digital.

Don Gonzalo Brenes, expresidente del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), en alguna oportunidad expresó que la labor de ese órgano constitucional es de algún modo asimilable a la de un árbitro de futbol. A mi juicio, la analogía es válida, por muchas razones.

El mejor árbitro es, en síntesis, el que hace respetar las reglas, pero que -al mismo tiempo- deja jugar. Un silbatero excesivamente reglamentista, de la clase que saca tarjeta a la menor falta y continuamente interrumpe la acción para sancionar faltas reales o percibidas, termina por bloquear el partido y generar reclamos de los jugadores y directores técnicos. Al otro extremo, uno demasiado laxo en la aplicación de las reglas invita al irrespeto y frecuentemente provoca que el encuentro degenere en caos.

Un buen árbitro sabe que, en ocasiones, lo mejor es hacer que no vio una falta leve; y que, en otras, lo correcto es conceder la "ley de la ventaja" y permitir que la jugada continúe. Quizás se acerque al jugador y le llame la atención privadamente: "La próxima vez vendrá la tarjeta". Si el jugador es, además, buen entendedor, no incurrirá de nuevo en la incorrección; todos salen ganando y el juego no se desluce. El silbatero entiende que él o ella no es el protagonista del encuentro, sino que lo son los equipos que se enfrentan.

Aunque no quede bien. Pero, cuando es necesario, a ese buen árbitro no le temblará la mano para mostrar la tarjeta o para decretar el penal, así sea que sufra el abuso de todo el equipo perjudicado y el abucheo de la afición. Un árbitro puede equivocarse, pero el que lo es verdaderamente actúa siempre al servicio del deporte y de su conciencia, no de la gradería. De este modo, sus yerros serán atribuibles a la inevitable falibilidad humana, no a un deseo espurio de tratar de quedar bien.

Todo lo que hemos reflexionado arriba es aplicable, guardando las proporciones, al TSE. El Tribunal es responsable de que el proceso electoral discurra ordenadamente y con apego al ordenamiento jurídico. Debe interpretar y aplicar continuamente la Constitución y las leyes para velar porque los actores del proceso se apeguen a las reglas y no abusen de la amplia latitud que el régimen democrático les concede. El Tribunal hace valer su autoridad y prestigio para prevenir las faltas electorales si se puede o, caso contrario, para sancionarlas en atención a la gravedad de lo ocurrido y empleando los medios coercitivos a su alcance, jurídicos y materiales.

Flujo del juego democrático. Pero, en definitiva, lo que procura el TSE es que el juego democrático fluya hasta su lógica conclusión. Lo cual nos lleva a recordar que ese juego no lo juega el árbitro, sino los partidos políticos, que son sus verdaderos actores.

El TSE podría errar y verse expuesto a la crítica constructiva, pero no al irrespeto. A cada partido político incumbe hacer lo que deba para ganar las elecciones, pero no puede esperar que el Tribunal las gane por él.

Al final de los "noventa minutos", ojalá gane el mejor. El público -que somos los ciudadanos- deberá estar satisfecho de que, en definitiva, ganó la democracia y por eso ganamos todos. El árbitro tendrá también la satisfacción del deber cumplido. Pero para que eso ocurra, los partidos políticos deben entender que a ellos es a quienes les toca jugar. Y jugar limpio.